Autobiografía Jorge Livraga

 

INTRODUCCION

 

Como fue anunciado en el Nº 1 de "ALMENA", me propongo desarrollar el tema de nuestra relación con la Jerarquía y de cómo vinimos al mundo hace 24 años. Siendo Yo el Fundador, estas páginas sencillas adquirirán valor de documento histórico cuando el tiempo pase. Ante esta evidencia me veo compulsado a escribir algo que mi Personalidad rechaza fuertemente, pero que es necesario para la comprensión de los acontecimientos y para que en el futuro no existan deformaciones importantes del conocimiento de mi propia Vida, lo que podría repercutir en una deformación de toda La Obra. Me refiero a escribir una suerte de biografía, un relato breve de mi existencia, desde mi más temprana niñez hasta los pasos de lo que con el tiempo iba a convertirse en la Organización Internacional Nueva Acrópolis.

Salvando las abismales diferencias entre H.P.B. y Yo, me propongo evitar desde ahora que algún futuro R. Guenón y sus seguidores inventen un comienzo tortuoso y falso de los orígenes de nuestro Movimiento. Así, salvando la repugnancia que por el tema siente mi Personalidad, me veo impelido a escribir sobre Mí mismo. Estoy acostumbrado a sacrificar lo placentero en aras de lo necesario. Una vez más lo hago. Yo cumplo Órdenes como cualquiera de vosotros.

Por un principio de Etica me voy a ceñir a mi propia vida y a relatar aquello que pueda ser de interés para la mejor comprensión del proceso. Me limitaré a aquellas cosas que puedan ser importantes y ser conocidas.

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PRIMERA PARTE:  MI NIÑEZ (1)

 

Nací el 3 de Septiembre de 1.930 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en el seno de una familia de emigrantes italianos. Mis padres, Don Angel y Doña Victoria, habían nacido en Argentina, pero mis abuelos lo habían hecho en Italia, en las cercanías de Milán por vía paterna y en las cercanías de Génova por parte materna.

Vi la luz poco antes del mediodía en casa de mi abuelo paterno, en la calle Ciudad de La Paz al 800 del barrio residencial de Belgrano. Pocos días después estallaba una cruenta revolución que derrotaba el régimen paternalista de centro-izquierda de Hirigoyen. Los primeros médicos que me atendieron fueron traídos a la casa a través de las barricadas; la ciudad la sobrevolaban aviones de combate. Nací normalmente y no conocí enfermedades prematuras.

A los pocos meses fui trasladado a la casa de Amenábar 863, que había diseñado mi padre, que era ingeniero civil.

Argentina conocía por aquel entonces una época de riqueza y mi primera niñez pasó dentro de una familia de clase media alta, con las típicas características de los "nuevos ricos". Se montó para mí una habitación de juguetes y Yo dormía en una especie de camita en la misma habitación de mis padres. Tengo de ello un recuerdo muy vago y puntual. Recuerdo nuestro automóvil, un descapotable color arena con los guardafangos negros. También un chalet en una isla de El Tigre, localidad enclavada en el delta del Río de la Plata a unos 30 ó 40 Kmts de Buenos Aires. Me han dicho que cuando bebé, me había aferrado a un oso de paño y que comencé a hablar muy pronto, aunque fui tardío para caminar solo. No recuerdo eso. Lo primero que viene a mi memoria en esta vida es el estar sentado en el automóvil con las piernas colgando sin tocar los pedales y tratando de maniobrar el volante de la dirección. También recuerdo la lancha que me llevaba de vez en cuando a la isla del delta; esa experiencia me encantaba.

Fui creciendo con un carácter muy reservado y pasaba horas a solas, observando y soñando frente a los enormes maceteros de la azotea de mi casa que tenía 20 metros de largo. Por lo que me han dicho y recuerdo, creo que no “jugaba” exactamente como un niño común. Me desagradaban los demás niños y siempre prefería estar cerca de los mayores, por ejemplo, de la gran mesa de planos de mi padre, garabateando con sus compases y tiralíneas; con sus lápices "Faber" alemanes con los cuales me dediqué muy pronto a dibujar, generalmente barcos y figuras humanas en combate. No recuerdo haber dibujado en esa época animales. Aunque me gustaban, y gracias a las amistades de mi padre en el jardín Zoológico de Buenos Aires, tenía acceso a jugar con cachorros de tigres, leones y osos. Jamás temí a los animales. Un amigo mío del Zoológico era un gran mono "Chakma", un tipo de chimpancé de enormes colmillos y buen tamaño. Yo le daba de comer en la mano cuando mis mayores no me veían. La primera vez que me sorprendieron haciéndolo se quedaron horrorizados, hasta que comprendieron que el monazo no me hacía daño alguno y, por el contrario, mostraba sus dientes feroces a quien quisiera alejarme de él. Tanto quería a los animales en mi primera niñez, que llegué a tener muchos, incluso un pingüino en la bañera de mis padres, cosa que me fue rápidamente prohibida. Tenía peceras muy pobladas y una gran jaula donde volaban loros y caminaban perdices. No recuerdo haberme preocupado por la comida de ellos; pero sí que me pasaba horas contemplándolos y empecé a soñar con lejanas tierras.

Mi padre no era religioso y mi madre sólo de forma. Semanalmente íbamos igual a la iglesia de la cual lo que más me impactaba eran las imágenes y los altos techos. Me dicen que fui bautizado en la religión Católica, en la Iglesia neogótica de "Nueva Pompeya" y que lloré mucho cuando me mojaban con el agua bendita. Superaron el problema dándome para jugar el llavero del coche de mi tío materno, Angel Rizzi.

No recuerdo ninguna impresión ni experiencia religiosa en mi primera niñez. Desde muy temprano vi y toqué muertos familiares. No me impresionaron mayormente. Estas vivencias me fueron forzadas por mi padre, muy "machista", que quería que Yo no tuviese miedo a nada. En verdad no lo tenía. Recuerdo que veía a los muertos con curiosidad, como si se tratase de ropas que se habían sacado los difuntos, de los que Yo pensaba debían seguir vivos en alguna otra parte. Pero lo tomaba con gran naturalidad. Lo que realmente me impresionaba era el llanto de los deudos. Me molestaban y trataba de huir de ellos.

Siempre amé el silencio y, de alguna manera, la soledad. Sentía viva curiosidad por mi entorno, pero lo veía despersonalizado, como una inmensa vitrina de esos museos que ya empezaba a amar desde muy pequeño. Sus objetos quietos y silenciosos me atrajeron siempre.

Tengo la sensación, al esforzarme en recordar mis primeros años, de un gran alejamiento psicológico con mi mundo circundante. No recuerdo haber amado mucho a nada ni a nadie y, contrariamente a lo que sucede con los niños, no sentía necesidad alguna de cariño. Y si vida afectiva tenía, ésta se volcaba siempre en mayor grado hacia los animales y los objetos, sintiendo un rechazo indiferente por los seres humanos. De alguna manera Yo no me sentía un ser humano ni creía tener una similitud con ellos, más allá de la forma, que no me preocupaba.

 

PRIMERA PARTE: MI NIÑEZ (2)

Cercano a los 4 años, viví frecuentemente con mi abuela paterna. Ella tenía en el barrio de Palermo una gran casa, con un fondo sin cubrir, donde se levantaban limoneros, se plantaban legumbres y había gallineros. En verdad, era una finca rústica y allí mi sexagenaria abuela vivía como en las lejanas campiñas del Pó, de las que tanto me hablaba.

Apenas amanecía ella iba a misa y de regreso despertaba a toda la pequeña familia. Permanecía prácticamente todo el día de pie, trabajando, y se acostaba sanamente cansada entre sus cuadros de santos y difuntos a los que alumbraba un candil de aceite para cada uno. Era lo bastante rica como para llevar otro tipo de existencia, pero ella conocía tan solo ésa, y era serena y plácidamente feliz con ella.

En una casita de los fondos, vivía un tio-abuelo mío, su sobrino, unos 10 años menor que ella, que había sido anarquista, de aquellos práctico-románticos de fines del siglo XIX. Ambos tenían algunas discusiones sobre la vigencia de la religión, hasta que mi abuela lo aplacaba recordándole que era su tía, y él, que siempre le trataba respetuosamente de "Usted", se callaba inmediatamente y volvía a sus trabajos de la tierra. Se burlaba de sus creencias, pero la respetaba y quería al extremo que cuando ella, muchos años después, murió, él la siguió a la tumba, jamás repuesto de la pérdida de su tía, ¡Extraños anarquistas los de entonces!

Yo jugaba haciendo grandes hoyos en la tierra, llenándolos de agua y haciendo bogar en ellos mis barquitos, algunos construidos por mí mismo con maderas que por allí encontraba. Para mí, esa casa y su rústico fondo, era un lugar de maravillas. Me pasaba horas contemplando los insectos y las plantas. Empecé a dibujar pájaros en grandes hojas de papel de dibujo con lápiz. Luego los coloreaba imitando lo que veía.

Me llamaban la atención las gallinas y su para mí extraña propiedad de poner huevos. Jamás entendí cómo ni porqué lo hacían, pero no preguntaba al respecto pues me había acostumbrado a los enigmas y en cierta forma no quería oír las respuestas desangeladas de los mayores. Una mañana descubrí que poniéndoles un dedo en el pico y deseando que se durmieran, caían de inmediato, con las patas para arriba. Entonces les soplaba y se despertaban. Las estaba hipnotizando, pero me parecía la cosa más normal del mundo, hasta que un día me sorprendió mi abuela y puso "el grito en el cielo", pues por lo visto un ascendiente indirecto mío, al que llamaban en Italia "El Maguito", se había ganado la vida levitando de techo en techo de su pueblecito, curando animales y personas. El desafío de un cura -contra lo que se pensaba eran poderes diabólicos- le costó la vida, al querer volar desde el campanario del Duomo de Milán. Mi abuela lo recordaba por lo que a ella le habían contado de niña, y había heredado su "medalla milagrosa", donde estaba representado "San Gnop". No sé quién era este misterioso santo al que también llamaban "Señor de los gusanos". Hoy creo que la medalla en cuestión bien podía ser una simple moneda paleocristiana.

El caso es que llamó por teléfono a mi padre, el que al oír el relato, se echó a reír pensando que la abuela chocheaba. Me recriminó el que la engañase con mis juegos, aprovechándome de que era una simple campesina (mi padre estaba muy orgulloso de su calidad de universitario y amante de las matemáticas, de su cultura científica). Entonces me invitaron a que fuese al gallinero y repitiese ante ellos el experimento. Mi abuela con el rosario entre las manos, y mi padre gozando de antemano el fracaso de mi juego ante un observador calificado. Dormí a todas las gallinas. Recuerdo confusamente que las sacudían incrédulos de lo que veían. Yo estaba un poco enojado por la publicidad hecha al asunto y me negué a despertarlas, hasta que recibí una imperiosa orden de mi padre para que lo hiciese. Luego, casi en volandas, él me llevó al coche que lo esperaba en la puerta, mientras mi abuela se retiraba a rezar a su oscura habitación, ante sus santos y muertos queridos. No se habló más del asunto, pero a los pocos días me llevaron a mi médico, el Dr. Rioja, a que me revisase. Ahora me doy cuenta que le habrían contado la aventura y el anciano facultativo, formado en las escuelas pragmáticas de principios de siglo, no les debe haber creído, certificando tan sólo que mi salud era buena. Pero no lo era tanto: frecuentemente me resfriaba y engripaba y me daban altas fiebres. Dicen que deliraba. Como yo era hijo único, la casa se convulsionaba cada vez que ocurría, y el sufrido y prestigioso Dr. Rioja corría a medicamentarme. El y mi padre se llevaban muy bien, pues ambos tenían mentalidad agudamente científica y positivista.

Tendría 5 años cuando me enfermé súbitamente de gripe, un invierno, y la fiebre me subió a 40 o más grados. Estaba en la casa de Amenábar y las muchachas de servicio, mi madre y mi padre andaban en puntillas, mientras me renovaban paños de agua fría en la frente. También me envolvieron en grandes toallones húmedos. Me empezaron a dar varias veces por día dolorosas inyecciones. Hoy deduzco que tendría un amago de pulmonía. En un atardecer la fiebre subió más aún, perdí casi la visión y me costaba respirar, doliéndome terriblemente la espalda. Cundió la alarma general. Recuerdo confusamente las corridas y los gritos de mi madre: “¡Llamen al Dr. Rioja!”.

Me quedé momentáneamente solo en el cuarto. De pronto, a la derecha de la gran cama en la que me habían depositado, apareció, de pie, una figura bañada en luz dorada, con los brazos cruzados sobre el pecho (años después supe que era una figura egipcia). Extendió un brazo y me tocó la frente. No me asusté y se lo conté a la gente que entró en mi cuarto cuando los llamé para contarles lo que había visto. Vino el médico y lo atribuyó a la fiebre. Vi la preocupación en todos. A la mañana siguiente no tenía más fiebre y no quedaban ni rastros de mi enfermedad. Me levanté y me fui a jugar en el patio. El fenómeno se atribuyó a la reacción ante alguna medicina.

 

PRIMERA PARTE: MI NIÑEZ (3)

Yo mismo me olvidé pronto de lo que me había pasado y lo tomé casi naturalmente, aunque no podía explicarlo entonces. Tampoco me importaba explicarlo y esa característica de no preocuparme por lo aparentemente "sobrenatural" me acompañó toda mi Vida.

Desde que tenía 4 años sabía contar y el abecedario de memoria. Podía leer, aunque con el problema de conocer más la lengua Italiana, bajo la forma del dialecto de Milán, que la española. En el mejor de los casos, las mezclaba a ambas pues así oía hablar a mis mayores cuando, en la mesa, tenía largas oportunidades de escucharlos.

Pasados los 5 años de edad, se acentuaron fuertemente en mí mis personales gustos. Hacer maniobras y cambiar las ruedas del automóvil de mi padre, dibujar, ahora en color, observar ávidamente la naturaleza, especialmente a los animales y las plantas, y una creciente afición por los viajes. Esta última me hizo empezar a construir una gran almadía, hecha con maderas de cajón y palos, en el patio de mi casa (sin calcular que era tan grande que de él no podría sacarla). Con esta balsa, que consumía muchas de mis horas diarias y miles de clavos reutilizados, que enderezaba Yo mismo, pensaba ir a sitios... "muy lejanos"... como “la India y Montevideo”…

Mi padre, que obviamente no había nacido para la pedagogía infantil, tuvo esa vez, sin embargo, una infinita delicadeza para demostrarme la imposibilidad de mi proyecto y juntos la fuimos desarmando, reemplazándola por una muy pequeña, con una vela, que lanzaríamos al Río de la Plata para que se perdiese en el horizonte. Así trabajamos creo que una semana y no recuerdo haber llorado, aunque sí que tenía muchas ganas de hacerlo pues por primera vez en esta encarnación el fracaso evidente de un Sueño me había golpeado. Meses más tarde la balsita bogaba trabajosamente alejándose de la costa y me empezaron a hacer muchos regalos de modelos de barcos de todo tipo, respondiendo seguramente a esa afición que Yo había demostrado y que, de alguna forma, no me abandonó jamás. Cuando, por primera vez vi el mar, tendría Yo unos 6 años; recuerdo que lloraba sin saber por qué. Fue en el balneario de Mar del Plata. Pasaba las horas mirando el horizonte, más allá de las olas y la arena, tan tentadora para los juegos de los niños de mi edad. Reconozco que debo haber puesto a prueba la paciencia y la capacidad de comprender de mis padres, pues si bien siempre fui un niño muy obediente y circunspecto, también lo fui raro y atípico al extremo.

Se decidió, con gran alegría mía, que no iría a la Escuela Primaria a los 6 años, como era costumbre, sino a los 7. Por algo que nunca comprendí, sentía gran rechazo por ir a una Escuela y estar con otros niños e intuía que con ese paso se hundiría mi forma de vida, mi niñez. Tenía verdadero horror a convertirme en "persona mayor". A insertarme en un entorno que presentía me iba a ser agresivo. El notar que crecía, cosa que era festejada por mi familia, me ponía horriblemente triste. Tenía en mi casa de Amenábar una pieza llena de juguetes; había cientos de ellos, y Yo trataba de jugar a solas con mis barcos y automóviles, con mis avioncitos, con sed devoradora. Era conciente que luego mi vida cambiaría y ya no podría hacerlo de la misma manera.

Volví a la casa de mi abuela y allí me ocurrió el último fenómeno extraño de mi niñez. Fue algo simple, pero que determinó que mis estadías en esa casa, con la amplia quinta de verduras y árboles frutales, se redujese a visitas esporádicas.

Había un limonero cargado de maduros limones y mi abuela me dio una cesta y me señaló un largo palo para tratar de cosechar todos los posibles. Me dejaron solo y se me planteó el problema de cómo hacerlo exactamente, pues los frutos eran numerosos y estaban, para mí, a gran altura. Me puse bajo el árbol y deseé fuertemente que los limones cayesen al suelo; levanté los brazos como para recogerlos y gran número de frutos cayeron de golpe a mis pies. No le di importancia, pensando que los que quedaban sujetos en el árbol los bajaría luego con mi rifle de aire comprimido... pero no percibí que mi abuela me estaba mirando... y otra vez salió el tema de “El Maguín” y se reprodujo lo que me había ocurrido al hipnotizar inconcientemente a las gallinas.

Creo que allí terminó mi infancia propiamente dicha. Luego tuve que ir al Colegio, haciendo el primer año en uno de monjas, de la Av. Cabildo de Bs. As. Recuerdo confusamente haber sufrido mucho, incluso un accidente al caer sobre un banco de piedra donde perdí parte de mis dientes y me lastimé bastante. Me volví silencioso. Rechazaba y era rechazado por los demás niños. Los "deberes" que tenía que hacer en mi casa, con la ayuda sempiterna de mi madre, eran un verdadero martirio, salvo cuando tenía que hacer dibujos. Mis cuadernos se conservan aún y son muy pulcros y bonitos... pero no reflejan esa sensación interior casi espantosa que sentí al hacerlos. Un cambio, un año más tarde, a una Escuela Estatal, no mejoró la cosa. Allí aprendí las primeras malas palabras y las primeras suciedades de la vida; vi robar y golpear a los débiles. Una fuerza extraña, poderosa y atávica empezó a manifestare más claramente dentro de Mí. Me aislé del entorno y sólo era una suerte de "robot" el que iba a la Escuela. Los amiguitos ocasionales terminaban por aparecérseme como objetos.

 

PRIMERA PARTE: MI NIÑEZ (4)

Recuerdo vivamente la desestabilización de mi vida a medida que crecía. Y mis enfrentamientos con mi entorno.

El Colegio Primario Estatal, que cuando escribo aún existe en la Avenida Federico Lacroze y Cabildo, de Buenos Aires, me parecía una auténtica cárcel. Para colmo de males, mi padre, con sus ideas liberales, no había querido seguir mandándome a colegio de pago y religioso. En esos tiempos, en Argentina, a los Colegios Estatales concurrían chicos extraídos de la clase media para abajo y desde sus costumbres hasta sus ropas no tenían nada que ver con las mías. Aún me parece oír los abucheos y silbidos burlones de mis compañeritos cuando con mi impecable túnica (allá se llama "guardapolvo") blanca, almidonada y mi corbata de moño azul con lunares blancos, de seda, subía al gran automóvil negro de mi familia, que esperaba por mí.

Jamás me sentí identificado con ellos. Para ser totalmente franco, tal como me lo he propuesto al comenzar a escribir esta micro-biografía, con muy pocas excepciones sentía auténtico asco por esa masa infantil vociferante, desgreñada y violenta. Cuando, de pasada por la confitería "Ritz", me compraban un paquete de caramelos para que los compartiese con ellos, lo hacía... Pero a mi manera: los arrojaba lejos (eran de los más caros, envueltos en papeles de colores con la representación de la fruta que les daba sabor) y era para mí una diversión ver como se precipitaban, empujándose y golpeándose movidos por la gula. El que quedaba para mí solía dárselo luego a mi perro, un gran pastor alemán. Mis padres supieron mucho más tarde que Yo no comía caramelos. También supieron mucho más tarde que Yo no era un niño... "normal".

Es curiosa la psicología de la mayor parte de los padres; siempre esperan que sus hijos sean algo "fuera de serie" y cuando les nace uno, se obstinan en "normalizarlo". Mi abuela me contaba algo que no sé aún si es cierto. Decía que cuando una loba se cruza con un perro y le nacen cachorros-lobos y cachorros-perros, espera a ver cómo beben el agua y que por la manera en que lo hacen, saben si le nacieren lobos o perros, matando a estos últimos, pues su instinto le avisa que, cuando crezcan, serán los enemigos de los lobos... La Naturaleza es despiadada, pero sabia.

Así crecí entre lobos tontos que me dejaron crecer. A Mí, que tantos Artículos escribiría en contra de la Iglesia dogmática... me enseñó a escribir en español una monja. A Mí, que combatí toda mi vida el Liberalismo Materialista y desprecié la Democracia, se esforzaron en enseñar y formar maestros de esas tendencias, empezando por mi propio padre.

Fui un alumno mediocre; malísimo para las matemáticas aunque muy bueno en historia y literatura. Sin embargo mi cultura asombraba a mis mayores, pues de manera autodidacta, leía varias horas por día lo que me venía en ganas, especialmente astronomía, paleontología, zoología, botánica, física, historia, arqueología, versos y prosas. También hacía primorosos dibujos científicos representando células, clasificaciones de setas, variedades de pájaros de países lejanos. Pero eran dibujos "Para Mí"... que no recuerdo que hayan llegado a ver mis maestros de escuela. No tendría 10 años cuando colaboré a nivel profesional en una serie de dibujos técnicos que mi padre presentaba como proyectos de nuevas autopistas, carreteras, con sus cortes esquemáticos, descripción de desagües, contrapisos, etc Mi padre era cada vez más compañero mío a pesar de los abismos que abrían su carácter violento y mi incipiente altanería, desprecio por los arrebatos vulgares, y discusiones familiares.

En verdad, mi padre vivía para Mí, ya que su posición económica se lo permitía y su Amor más grande era su hijo. Yo constituía su orgullo y su realización en la vida... pero tal vez le hubiese gustado un niño no enigmático. Y que se conformase con menos. Cuando me hacía una cometa e íbamos al campo a remontarla, Yo terminaba exigiendo se me comprase un aeromodelo.

Trató mi padre de enseñarme deportes, sobre todo violentos, como el boxeo, pero aunque no los evitaba, los realizaba maquinalmente y había tal frialdad y desprecio en mi mirada que pronto desaparecían los aparejos y sacos de arena. Sí me gustaba mucho remar, navegar en general y tenía muchos modelos de barcos y submarinos.

El estallido de la 2ª Guerra Mundial coincidió con mi cumpleaños. Estábamos comprando juguetes en el Centro de Buenos Aires, cuando oímos la sirena del diario La Prensa anunciando que Gran Bretaña y Francia habían declarado la guerra a Alemania por su invasión a Polonia. Yo cumplía 9 años.

La Argentina siguió viviendo su ritmo Era una guerra lejana y se la veía completamente desdramatizada. Mi familia era italiana pero vivía aferrada al pasado. Cantábamos junto al piano "Giovinezza" pero Mussolini les parecía un personaje de opereta; unos porque eran monárquicos a la vieja usanza y otros porque eran, como mi propio padre, liberales democráticos. Obvio es que estas calificaciones son hechas ahora, por Mí, intelectualmente. En la practica de aquellos lejanos días, eran todos "burgueses muy felices de vivir en el que constituía entonces, uno de los países con mayor desarrollo en el Mundo y con un muy alto nivel de vida. Se comía magníficamente, cambiábamos de coche todos los años para Reyes. El servicio doméstico era abundante y como los países en conflicto pagaban a peso de oro las carnes y granos argentinos, la burguesía se enriquecía cada vez más... Y así... ¿qué importaba esa lejana guerra? Para Mí, inconciente del dolor humano, era un interesante episodio que leía en las paginas del "London News", con sus fotos impresionantes. Una avalancha de juguetes bélicos atiborraron mi pieza. El fenómeno de la guerra completamente deshumanizado, como el de simples máquinas en lucha llego, a interesarme mucho y habiendo comprado cientos de pequeños carros armados, cañones y otras miniaturas a escala, organizaba y resolvía intrincadas batallas. Me ayudaba con pequeños cohetes, que enterraba en las tierras de las macetas a manera de minas. Al principio fui partidario de los "Aliados"... porque estaban perdiendo.

 

SEGUNDA PARTE: MI ADOLESCENCIA

 

He tomado el término de «Adolescencia» por pura fórmula de comunicación con vosotros, pues, de manera estricta, Yo no recuerdo estos hoy en día tan señalados cambios en mi vida. Unicamente una suerte de angustia por darme cuenta que dejaba de ser niño, pero no por no saber exactamente lo que me esperaba, sino más bien por saber con certeza todo lo que perdía. El mundo de los adultos jamás me había gustado y Yo me veía obligado a entrar paulatinamente en él. Un proceso bilógico-temporal, con fuerzas superiores a las mías me empujaba... pero Yo seguía siendo el mismo por dentro... allá en mi Interior...

 

Mi gusto por la lectura me había llevado a leer desde un meduloso articulo sobre las tablillas de la isla de Pascua, en cuyas fotografías trabajé varias semanas en variados intentos de identificación de los grafismos, hasta un librito sobre «cómo tirar las cartas» o sea, conocer el porvenir a través de los naipes de una baraja. Yo no creía mucho en esas cosas, pero a solas, hacía correr los naipes sobre la gran mesa del comedor de mi casa y me puse francamente contento una vez que creí leer que moriría a los 15 años de edad. Tanto me repugnaba la vida de los adultos.

 

Más tarde supe que mi intuición sobre esas cartas no había sido del todo falsa... Unicamente que no era Yo el que moriría físicamente cuando tuviese 15 años.

 

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De la odiada Escuela Primaria pasé al aborrecido Colegio Nacional o de Enseñanza Secundaria. Si en la primera me había sentido incómodo, en el segundo tenía que recurrir al límite de mis fuerzas para mantenerme «normal». Los jóvenes adolescentes de mi tiempo me parecían tan bellacos como los de ahora, con la diferencia de que entonces tenía que aguantar sus groserías, sus conversaciones obscenas y sus llantinas estúpidas. La mediocridad, cuando no la nulidad de mis profesores me aburría y eran muy pocas las excepciones.

 

De las «materias» que estudiaba me interesaba la Historia, aunque la presentía deformada. Hallaba placer en la Literatura y siempre que podía dedicaba muchas horas a leer los Clásicos Españoles y también a borronear cuartillas con versos y ensayos sobre Política y prosas descriptivas y narrativas. De los autores traducidos al Castellano, el que más me influenció fué Chateaubriand, y en menor cuantía Byron. También me interesó la religión, aunque en mis tiempos de estudiante se hacia, en la Argentina Peronista, la absurda división entre los que estudiaban “Religión” y los que “Moral”, siendo estos últimos calificados todos despectivamente de «Judíos». Eso me desagradaba y me parecía absurdo, incluso porque sabia que casi ninguno de los que había elegido «Moral» eran de origen Judío, sino simples hijos de padres no Católicos. Pero la “materia” lograba despertar en mi Alma relámpagos de curiosidad. En verdad, ya no creía en lo que me había enseñado mi católica abuela ni mi padre liberal. Tenia que buscar algún camino por Mí mismo y esto me apasionaba frecuentemente. Mi posición ante el problema religioso era un tanto escéptica y trataba de no negar ni afirmar cosa alguna a la cual mi razón no pudiese apoyar. Guardaba, sí, unos pocos megaloelementos místicos intrínsecos sobre los cuales ni me atrevía a cuestionarme, como ser la existencia misma de Dios y, de alguna manera, la inmortalidad del Alma y la prioridad de todo lo bueno sobre todo lo malo.

 

Mis continuas lecturas me habían llevado a conocer en cierta medida el panteón griego, el romano y en especial el egipcio, por el que sentía una pararracional inclinación. Mis reflexiones me hacían ver que, de lo que se trataba, era de una suerte de Esencias Divinas que asumían las formas y características geopolíticas e históricas pletóricas de atributos populares o culturalistas que imponían lugares y tiempos. Ello me llevaba, obviamente, a ver en el Cristianismo una forma más de Fe, tan transitoria como las demás. 

 

Los hábitos de mi familia me hicieron tomar la Comunión y la Confirmación, pero lo había efectuado con la misma ausencia interior con que hacía tantas cosas. Mi mundo interno se desvinculaba cada vez más de mi entorno. Sin protestas, silenciosa pero inexorablemente.

 

Cuando terminó la segunda Guerra Mundial, ante la derrota de los Países del Eje, mis viejas simpatías por Los Aliados se había invertido en sus polaridades y la contraofensiva de von Runstedt me llenó de entusiasmo. El que tan pocos luchasen contra tantos despertaba en Mi una escondida fibra y le hacia resonar poderosamente. Los temas militares y el amor a las armas se hizo muy vivo. Lo que luego llamaría “Instinto de Poder” se despertaba, y ante ciertas revelaciones del sexo opté sin lucha alguna por la castidad más absoluta, no por moral sino por rechazo a lo que consideraba signos de animalidad y de vulgaridad. Los conceptos de fuerza y de castidad eran para Mí inseparables. Y cuando me señalaban que un Alejandro no había sido precisamente casto, no me hacia problema, pues pensaba hasta dónde habría llegado de haberlo sido. Pero esa evolución tensa y sin embargo natural iba a sufrir una suerte de cataclismo. El que puso fin a mi adolescencia y a lo que podríamos llamar, primera juventud.

 

Acababa de cumplir 15 años.

 

 

TERCERA PARTE: MI JUVENTUD

 

Mi 15º Aniversario fue uno de los más tristes de mi vida o por lo menos así lo recuerdo ahora. Se unían varios factores; uno, el hecho principal que mi padre, tan fuerte y corpulento, empezaba a ser abatido por una enfermedad que los médicos ya insinuaban como incurable, una suerte de uremia-leucemia. Otro, la evidencia, para Mí, de que había entrado al mundo de los adultos. Las acostumbradas bromas y las llaves de mi casa y del coche, que desde entonces quedaban a mi disposición, con grandes palmoteos de mi escasa pero fervorosa familia, me parecía una absurda mascarada. Si yo no pensaba cambiar mi forma de Vida ni «escaparme» a ninguna parte... ¿Para qué quería las llaves de la casa? En cuanto al coche, teníamos chofer y aparte, salvo por el hecho de no tener edad para el carnet de conducir reglamentario, nunca se me había escatimado el uso del automóvil.

 

Como ya era “Mayor” se me confió plenamente la probabilidad más o menos cercana de la muerte de mi padre y el “machismo” típico de una familia italiana de los años aquellos me empujó a empezar a tomar responsabilidades y a prepararme para ser «el hombre de la casa».

 

Lo primero que hice fue sacar mi carnet de conducir superando la prueba con una facilidad que en nada honraba a quien manejaba automóviles desde niño. Luego me dediqué con una mente muy fría, a preparar a mi propia madre y a mi abuela y demás mujeres de la familia para que pudieran asistir a la larga agonía, terriblemente dolorosa de mi padre, sin agregar con sus llantos mayor desesperación a la cosa. Yo no sé ni me pregunté entonces de dónde me venía esa fuerza serena, exteriormente fría, que me otorgaba un aspecto de enorme madurez psicológica y hasta cierto desprecio y “cinismo” ante el problema terrible que vivíamos. Hoy creo que era una necesidad atávica de sobrevivir de cara a la adversidad, pero no recuerdo haberme dado cuenta en ese momento, ni aún hoy estoy totalmente seguro de ello. ¿Es que recibí  “Ayudas” de mis “Amigos invisibles”? Es posible.

 

A medida que avanzaba l946 el estado de mi padre se hacía francamente agónico. Sufría lo indecible y los pocos momentos en que, en virtud de calmantes y remedios, gozaba de plena lucidez, los compartía conmigo jugando al dominó o explicándome dificilísimos problemas matemáticos en los cuales se solazaba. El tema de su próxima muerte no lo tocó jamás directamente frente a mí, pero me hablaba como si ambos lo supiéramos sin ninguna duda.

 

Por no poner otro elemento conflictivo en mi casa no suspendí mis estudios, pero no me importaba para nada mi “Bachillerato” ni mi futuro personal.

 

Tanto vi sufrir a mi padre y de tal modo pude constatar la demolición moral y física de todos los que le rodeábamos a lo largo de meses que llegué, ya no solo a aceptar que se moría, sino a desear que lo hiciese lo antes posible. Me había vuelto frío y mis ojos estaban casi siempre secos aún en los muchos momentos en que la desesperación me rodeaba, entre alaridos, llantos y el continuo olor a «Hospital» que se había adueñado de mi casa. El perro lobo que me habían obsequiado de niño, llamado Rin-tin-tin y al que Yo llamaba Rinti empezó a aullar por las noches sembrando terror. Con toda franqueza digo que le hice callar más de una vez con una patada. Una nueva fuerza crecía a pasos agigantados en Mí y un notable poder de disimular mis emociones y aplastarlas dentro de Mí mismo.

Una noche, finalmente, el titánico cuerpo de mi padre, reducido a piel y huesos no resistió más y al amanecer moría aparentemente sin darse cuenta de ello. La convulsión familiar fué tremenda. Mis ojos seguían secos y cumplí el mayor deseo de mí ya difunto padre: Portarme como un “Hombre” en la adversidad. Lo manifiesto sin vanidad pues me fué muy natural realizar ese papel.

 

El 4 de junio de 1948 estaba en la primera carroza, aún tirada por caballos, que acompañaba al cuerpo de mi padre al cementerio; a la gran bóveda o “Panteón” familiar de ónix verde. Asistí a la misa «In corpore insepulto» con la actitud de estar viendo una obra de teatro. Yo aún no lo sabía... Pero me había vuelto totalmente ateo.

 

El cambio Interior que en Mi se había provocado era terrible y necesité a las pocas semanas, asistencia médica para mis nervios, pues había perdido la voluntad de comer y de dormir.

 

Me repuse y dejé mis estudios. Me volví solitario y taciturno. Sentado al escritorio de mi padre, repasaba entre mis manos sus planos multicolores y sus muchos papeles y cuadernos llenos de fórmulas matemáticas durante horas, o frente al volante del gran coche negro que estaba en el garaje de mi casa, una voz interior me iba repitiendo que el papel o el cuero habían durado más que mi padre. Empecé a sentir repugnancia y a burlarme silenciosamente de las creencias religiosas familiares. Para Mí en ese entonces, todo acababa con la muerte. No sentía angustia, sino una sorda desesperación aceptada como parte del destino estúpido de existir. Estaba fuertemente convencido que toda forma religiosa era una mera escapatoria de la realidad más importante. Para Mí la única en ese entonces: El que todo acaba con la muerte; que no había Dios y que la moral era sólo una forma de elegancia.

 

MI JUVENTUD II

 

Sin que cambiasen mis recientes convicciones, una mutación muy rápida de raíces profundas empezó en Mí. La muerte de mi padre me había dejado como «mutilado» pero a la vez me había abierto de par en par las puertas de la libertad.

 

Aproveché el verano para irme a un lejano cortijo de un tío materno. Allí aprendí realmente a montar a caballo y me hice ducho en el manejo de las armas de caza y de defensa. Gustaba de la soledad, pero ya no era aquella contemplativa de mi apacible niñez, sino la que se siente sobre la silla de un corcel robusto al galopar sin rumbo por las inmensas pampas solitarias. Mil pequeñas aventuras me fueron endureciendo el cuerpo y el Alma... aunque en aquel entonces el segundo término habría sido descartado de mi concepción.

 

Vendí el gran auto negro y compré una “coupé-club” Ford V 6, con dos carburadores con la que participé en algunos aprontamientos de carreras y «railles». Amaba el peligro. Recuerdo que uno de mis entrenamientos era pasar con el automóvil, a alta velocidad, sobre un puente ferroviario sin barandas en los costados, apoyando tan sólo las ruedas en los rieles resbaladizos de metal. Pero tenía una gran suerte y bastante pericia pues jamás me pasó accidente alguno. También me dediqué al remo deportivo y ocasionalmente a la vela. Me encantaba «perderme» solitario en el laberinto de canales de “El Tigre”, lugar cercano a Buenos Aires, en donde el río Paraná desemboca en el río de la Plata en un complejo delta.

 

Del Colegio Nacional Secundario que ya no cursaba extraje algunos eventuales compañeros de aventuras, muchachos de buena posición económica y tan desocupados como Yo. Ellos me aportaron un mundo virgen para Mí; el de la música no popular. «Concierto en Varsovia». «Cuadros de una Exposición», me llevaron luego a inmersiones profundas en Beethoven y en Wagner. Me pasaba horas escuchando los discos. También hice breves incursiones a través de las organizaciones juveniles nacionalistas y fundé «CADEL», Centro Argentino de Estudiantes Libres, que luego agruparía millares de personas. Me descubrí como un buen promotor y organizador, con una gran capacidad de trabajo y concentración sobre un punto o núcleo de esfuerzo. Comía poco y dormía poco. Algo estaba fermentando violentamente en Mí, pero Yo, en ese entonces, ni sospechaba lo que podía ser.

 

El Peronismo había entrado en su apogeo en Argentina y, si bien sus formas groseras e izquierdoides mezcladas a un nacionalismo insultante me desagradaban profundamente, su espíritu de desafío al mundo me atraía. Jamás entré en ningún Partido Político, pero colaboré con la CGT (Confederación General del Trabajo) a nivel universitario (Si bien de hecho no estaba aun cursando ninguna universidad) en planes de urbanización para los obreros. Esos planes fallaron, ya que los obreros, no preparados previamente, levantaban los pisos de madera de sus casas para encender el fuego de sus asados.

 

Ensayadas tantas experiencias en un par de años, profundamente modificado, decidí dar los exámenes pendientes para entrar a la Universidad, en la Facultad de Medicina.

 

Con mis pocos compañeros, descubrí también el mundo de los libros de moda entre los jóvenes. Leí Katfka y Sartre, Marx y Hitler, Kant y Max Scheller. Pero, aunque me interesaron algunos puntos, ninguno de estos autores me convencía totalmente pues a todos los veía partir de ciertos “A prioris”, pareciéndome demasiado fantásticos y poco positivos, al regresar inexorablemente tras largas elucubraciones al mismo punto de partida del cual estaban convencidos antes de empezar sus razonamientos. Estos «Círculos Cerrados» de razonamientos y afirmaciones me parecieron viciososy carentes de una verdad comprobable. Preferí volver a mis antiguas lecturas de versos, literatura y novelas, que por lo menos, deleitaban mis necesidades de aventuras.

 

Como debía dar mis exámenes de idiomas y en el inglés hallaba grandes dificultades me decid a tomar clases de un profesor particular. Ello iba a llevarme en brazos de mi Destino... Pero en ese entonces Yo ni lo sospechaba.

 

Mi profesor de inglés resultó ser un alemán llamado Schmidt, ya anciano, bajo y regordete, de sonrisa constante y enigmática, que me dijo haber vivido en el Tíbet y haber viajado mucho en su vida. Eso me lo hizo atractivo desde el primer momento, pues encajaba perfectamente con mis sueños de realizar viajes por países misteriosos y vivir peligrosas aventuras.

 

Una tarde entré en su casona convertida en academia de lenguas para empezar formalmente las clases, pero ante mi asombro no recurrió a los libros convencionales, sino que me presentó unos voluminosos manuscritos escritos en Sánscrito y Tibetano. Me traducía al inglés y al castellano sus enseñanzas y en pocas horas me habló del origen del Hombre, de la reencarnación y de otras cosas esotéricas. Para mostrarme lo que era "Maya", me mandó coger un lápiz que Yo veía sobre su escritorio, pero que al posar mi mano sobre él no lo hallé. Ese mundo maravilloso me hizo reencontrarme con mi Ser Interior y cuando salí de su casa era otro. Yo tampoco lo sabia, pero habla nacido el que ahora llamáis “JAL”.

 

MI JUVENTUD III

 

Acababa de cumplir los 17 años de edad cuando tuve la experiencia de aquel primer paso directo en la aventura espiritual en que se convertiría mi Vida.

 

Asistía todas las tardes a la casona del profesor Schmidt y aún están frescas en mi memoria mis ansiedades por llegar a ella, cosa que hacía que permaneciese dentro de mi coche, aparcado, un par de horas antes de que comenzasen mis clases. Todo lo que en ellas me enseñaba me provocaba la sensación de estarlo recordando, como si Yo ya lo hubiese sabido alguna vez. Nada me parecía raro ni sorprendente, sino simplemente maravilloso. Lo que florecía en Mí lo hacía con una fuerza y velocidad vertiginosa. Yo sentía que me trasmutaba día a día y mi propia madre estaba un poco asustada de ello, pues decía, que mi mirada y todo mi ser se transformaban.

 

Sediento de estudiar por Mí mismo las Doctrinas Esotéricas consulté a mi Maestro y me puso en contacto con un par de direcciones: la de la Librería Kier, que estaba entonces en un pequeño local y la de la Biblioteca Teosófica de la calle Sarmiento 2478, de Buenos Aires. En la primera compré mis primeros libros que fueron las colecciones completas de Shivananda y Ramacharaka, así como «Luz en el Sendero» y «A los pies del Maestro».

 

Llegué a la Biblioteca Teosófica una tarde y pedí asesoramiento. Me invitaron a hacerme socio de la misma y sin más me dejaron solo ante sus 11.000 volúmenes, colocados a los costados de un amplio salón semisubterráneo que me sugirió el apodo cariñoso de «La Cueva». Observé con curiosidad el recinto, mal iluminado, adornado con cuadros de unos señores bastante exóticos que me dijeron eran los anteriores presidentes de la Sociedad Teosófica Mundial, unas 200 sillas de madera y una suerte de estrado cubierto de gastadas alfombras descoloridas sobre el que estaba una mesita humilde de madera y otra silla que en nada se diferenciaba de las demás. Sobre la mesita contrastaba una rica campanilla en forma de templo hindú de bronce de la India y un pequeño Buda del mismo material aunque de calidad corriente. Por detrás unos pesados cortinados me intrigaron. Por las paredes, más arriba de las librerías corrían tres bandas pintadas en azul, amarillo y rojo.

 

Hecha esta primera inspección -que confieso haberla hecho caminando de puntillas pues me parecía que había penetrado en una especie de templo misterioso- me dirigí de nuevo al anciano que me había recibido y pedí más información. Me hizo sentar junto a un vetusto y enorme escritorio-escribanía cercano a la entrada y me habló -hoy veo que de manera muy insuficiente e inhábil- de la Sociedad Teosófica y de esa Biblioteca, invitándome a hacerme socio de ambas Instituciones. Me dijo que debía ser «Presentado» por un mínimo de 3 miembros y pagar unas cuotas. En lo segundo no tuve problemas, pero en cuanto a lo primero confesé no conocer a nadie, salvo a mi Maestro Schmidt. Al parecer su nombre era conocido, pues de inmediato se acercaron otros tres ancianos que avalaron mi solicitud, que fué aprobada delante mío. El trámite me dio tiempo para observarlo todo con mayor atención y comprobé que me habían estado observando con cierto estupor. Mi juventud y mis ropas caras contrastaban con los años de mis interlocutores y sus ropas descuidadas y evidentemente viejas. Creo que me sentí ligeramente incómodo por ello... pero era Yo demasiado joven y estaba en un estado espiritual que me lo hacia ver todo como simbólico e impregnado de magia. Me invitaron a retirar un libro en préstamo, si lo quería, y me dirigí a las estanterías, regresando con una gruesa edición española de «Dogma y Ritual Alta Magia» de Eliphas Leví. El anciano que parecía ser el jefe me miró largamente y me espetó casi violentamente una pregunta desconcertante: “¿que quieres dedicarte a la Magia Negra?”. Contesté que no, aunque en ese instante de mí vida no hubiese sabido definir con propiedad los «colores» la Magia ni lo que la Magia era. Cuando salí con el libro, subiendo una de las dos escaleras de acceso a la calle, me sentí un poco decepcionado. Los señores con los que había estado hablando eran muy diferentes a mi Maestro. Intuí que algo no funcionaba allí como debía y que tal vez los ancianos que al principio me habían subyugado, no pasaban de ser guardianes de libros que ni habrían leído. Necesitaba el consejo del profesor Schmidt.

 

Cuando lo vi al otro día y le conté mi aventura, rió bondadosamente y me recomendó no preocuparme. Me habló de H.P.B., de su Doctrina Secreta y de los ya escasos y descalificados seguidores que podría encontrar en Buenos Aires. Pero no los criticaba, más bien parecía divertido con mi descubrimiento. Me explicó largamente la diferencia entre el simple lector de temas esotéricos y aquel que quería seguir un verdadero Discipulado, y me hizo ver que de estos últimos había pocos. Le recuerdo como divertido cuando ésto me explicaba y creo que el asombro de mi rostro le provocaba risa. Es que Yo, que hasta ese momento tan sólo le había conocido a Él y me había hecho una idea grandiosa de lo que podría ser pertenecer a una Asociación Espiritualista y de su futuro en la Humanidad, no podía ni procuraba disimular asombro ante la nueva experiencia de aquellos ancianos entristecidos, que se movían muy despacio en un ambiente polvoriento y respiraban tristeza y miedo a las Cosas Ocultas con las cuales mi fogosa entrega no tenía problemas ni reparos.

 

Mi aprendizaje siguió, pero ahora, sobre la mesa de mi Maestro apareció un tercer personaje: un gran gato negro al que El acariciaba maquinalmente mientras seguía con sus traducciones y trazaba sus dibujos de esquemas de relación entre los Dioses, de Pantaclos y Amuletos orientales. Ese enigmático animal me iba a proporcionar una de las más grandes sorpresas de ésa, mi primera etapa.

 

MI JUVENTUD IV

 

A medida que pasaban los días, un algo indefinido me intranquilizaba y distraía hacia aquel gran gato negro de Angora que siempre estaba sobre la mesa de trabajo de mi Maestro. Pero... ¿Qué era lo que me llamaba la atención? No atinaba a saberlo y el profesor Schmidt parecía no percibir mi preocupación y seguía alegremente con sus lecciones.

 

Una tarde, al volver por centésima vez a mirar al magnifico felino, me di cuenta de algo, al relacionar su tamaño con la mano que lo acariciaba... ¡El gato crecía! Si... ya era el doble de grande de aquel que yo había visto por primera vez hacía un par de semanas. Como si leyese mi pensamiento -o tal vez lo leía- mi Maestro dejó reposar su mano sobre aquel peludo lomo y no pude evitar echarme atrás y lanzar un corto grito de asombro pues, como un globo que súbitamente se infla, el gato asumió el tamaño de la mitad de la mesa, algo así como un metro de largo No atiné a decir nada; el ahora enorme animal saltó al suelo y desapareció por un pasillo mientras se iba haciendo más y más grande. La divertida risa de mi Maestro me extrajo violentamente de mi estupor. Ante mis preguntas jamás quiso contestarme otra cosa que evasivas alusiones al engaño de los sentidos. Parecía realmente no dar importancia al asunto y tomarlo como una suerte de broma. Pero Yo quedé varios días preocupado.

 

Al fin decidí que tanto Yo como el pequeño grupo de jóvenes que inconcientemente capitaneaba, debíamos investigar más a fondo los Fenómenos Ocultos. Me inscribí en “AMORC”, los Rosacruces de USA, que me mandaron durante casi 2 años instrucciones por correo... muy “secretas”... pero que venían ensobradas como “impresos” o sea, abiertas para quien quisiese leerlas antes de llegar a mis manos. Estas gentes tomaban la palabra "Iniciación" en el sentido más literal: el de aprender algo; y así llegué a la 17ª iniciación, cosa que terminó por darme risa a Mí mismo. De cualquier manera, algo aprendí de ellos y también del contacto con toda clase de espiritistas y fenomenistas. Mi mucho tiempo libre y el desahogo económico que gozaba, me permitían el acceso a todo tipo de reuniones, en Buenos Aires y en ciudades del Interior, como Córdoba y Mendoza. Vi algunos fenómenos realmente parapsicológicos aunque la gran mayoría de mis observaciones me mostraron un mundillo fanatizado, basado en creencias y supersticiones. La más mínima oscilación de una mesa donde se apoyaban una docena de manos, provocada por las simples presiones físicas, era clasificado sin sentido critico ni científico, como de contacto con el “Más allá”.

 

Llegué a sentir verdadera piedad de los "Mediums", generalmente mujeres u hombres afeminados. Eran seres que rozaban siempre cierta forma de locura, con sus nervios destrozados, las manos temblorosas y la obsesión de que todo mal, hasta un simple dolor de muelas, era provocado por los malos deseos de otras personas o por Elementales, que ellos percibían -y gustaban percibir- en cualquier hecho natural, como puede ser la apertura de una ventana por el viento o el extravío momentáneo de un anillo. La casi totalidad de ellos eran fácilmente influenciados por los pensamientos y creencias de los asistentes a las reuniones "Espiritistas". Estaban siempre a la expectación de esos fenómenos que les atraían y les aterrorizaban a la vez. Recuerdo, entre tantas anécdotas graciosas, la de uno de esos “dotados” que me acompañaba cierta noche, en Buenos Aires, hasta mi coche. De pronto se detuvo y me gritó horrorizado que la acera que pisábamos se había vuelto blanda bajo sus pies, los que empezó a mover desesperadamente pidiéndome auxilio pues la tierra lo tragaba... hasta que del penumbroso suelo surgió la voz aguardentosa de una vieja mendiga que le dijo “¡Oíme loco, bajate de mi panza de una vez!”. Confieso haberme reído como pocas veces lo hice, y nos fuimos entre los insultos soeces de la pobre vieja, que en su furia, hasta rechazaba la propina que Yo intentaba darle.

 

También conocí unos pocos auténticos “Médiums” que, siendo ignorantes y no hablando otra cosa que el español, en estado de trance lo hacían en inglés, francés, italiano, correctísimos. Incluso los oí hablar en latín y griego. Y dar saltos prodigiosos por encima de sillones de alto respaldo, de mesas, y aún golpear la cabeza contra un techo que estaba a 4 metros por encima del suelo. En estado normal eran personas débiles y algunas ya casi ancianas que apenas si podían subir los escalones de una escalera de casa de apartamentos.

 

A pesar de todo me intrigó el tema y me inscribí en un centro espiritista muy prestigioso en Argentina, llamado "Sociedad Científica Basilio". Los pobres poderes magnéticos que había adquirido me llevaron a ser director de sesiones en la casa central de la calle Rewson. Fui “Iniciado” junto a una gran cruz en donde se me comunicó el “Misterio” de la reencarnación, cosa que Yo sabia desde hacia bastante tiempo; ésta y otras tonterías, como la de una médium que decía encarnar a Juana de Arco y se retorcía reproduciendo los tormentos de la hoguera... y clamando por su pelo incendiado, cuando está comprobado históricamente que la Doncella de Orleans había sido rapada previamente; u otro que se decía Sócrates, y ante mi pregunta me dijo que al beber la cicuta le acompañaban Aristóteles y San Juan Bautista, me decidieron a no perder más tiempo allí. Mientras tanto seguía en la S.T. y en su Biblioteca que “devoraba”, pasando mis noches en blanco leyendo y tomando notas. Descubrí nuevamente que las personas que asistían, aún las más cultas, como cierta Doctora en Medicina, eran del todo ignorantes en cuanto a Esoterismo y se hacían una confusión fenomenal respecto a cosmogénesis, antropogénesis y aún en las religiones del pasado y del presente. Se hablaba mucho pero se decía poco y mal. Mi asiduidad a las reuniones y mis correcciones, que luego veían corroboradas por libros como la “Doctrina Secreta” de H.P.B., me llevaron a cargos directivos antes de cumplir los 19 años.

 

El profesor Schmidt envejecía rápidamente aquejado tal vez por alguna enfermedad o por sus muchos años, que no serian menos de 80. El mismo me sugirió que escribiese al entonces Presidente Mundial de la S.T. Dr. Jinarajadasa. Cuando comenté mi intención en “La Cueva”, mis ancianos “Hermanos” se rieron de mis pretensiones. El Hermano "Raja", me dijeron, recibe miles de cartas de todo el mundo y jamás contesta, salvo algunas que lo hace su secretario. Pero Yo era muy joven para esas prudencias y le escribí igual, haciéndome traducir la carta al inglés por un profesional. Dos meses más tarde, en la mesa de recepción de la Biblioteca Teosófica, y rodeado por una docena de viejecitos asombrados, abría la primera carta que me llegaba de Adyar, manuscrita por Jinarajadasa.

 

MI JUVENTUD V

 

Esta primera carta del Dr. Jinarajadasa fue leída y releída por Mí. En realidad me hacia llegar un simple saludo y me recomendaba algunos libros para mis lecturas, pero para Mí se convirtió en un talismán y lo llevé en mi cartera durante 18 años, hasta que en Lima, Perú, perdí la cartera donde guardaba la ya ajada y amarillenta carta, escrita con cuidadosa letra sobre una suerte de papel arroz. Aquella carta la contesté de inmediato y a través de algunos años mantuvimos una correspondencia con una secuencia aproximadamente bimestral en donde se me iban dando consejos sobre lecturas y temas de reflexión que Yo seguí siempre al pié de la letra.

 

El hecho de cartearme con Jinarajadasa era sabido en la S.T. y eso sólo me fue rodeando de un halo de prestigio que me hizo escalar insensiblemente cargos y responsabilidades que me llevaron, al cumplir los 20 años, a ser Secretario interno de la Sección Argentina de la Sociedad Teosófica.

 

En verdad, Yo no valoré suficientemente estos hechos y durante aproximadamente 2 años, de los 18 a los 20 años de mi vida física, me dediqué muy intensamente a los temas esotéricos. Leí miles de libros (no exagero) y muy principalmente las obras de H.P.B. “Isis sin Velo” y “La Doctrina Secreta” eran devorados por Mí una y otra vez. Como el "Glosario Teosófico" estaba completamente agotado en ese entonces en Argentina, lo copié íntegramente a la mano en muchas noches en vela que me pasaba en la Biblioteca Teosófica. Me habían dado una llave de la misma y allí me quedaba solo, deambulando por aquel extraño recinto y leyendo hasta las viejas colecciones de revistas editadas en España por Mario Roso de Luna, el que me impresionó vivamente.

 

Me seria imposible detallar a todo lo que me dediqué en aquellos tiempos.

 

Dormía y comía muy poco y mis jornadas activas se acercaban a las 18 horas diarias sin conocer sábados ni domingos.

 

A los 18 años empecé a dar conferencias públicas con una concurrencia y éxito del cual Yo mismo era el primero en asombrarme. Tocaba temas audaces del esoterismo oriental de tal suerte que al recordarlo me avergüenzo. No había dudas en Mí, ni menores ni mayores reflexiones sobre la veracidad de lo que enseñaba; repetía lo que había leído y lo enlazaba y lo relacionaba con una seguridad ciega. Creo que hoy estoy más cerca de la verdad, pero en aquel entonces estaba de alguna manera más próximo a la fe y me atrevía a “explicar” en público los mayores misterios de la Antigüedad. Todo ello me hizo de alguna manera orgulloso de mi saber, y la devoción de cientos de personas de buen corazón, pero de mentes simples, que llegaban a querer besarme las manos luego de cada alocución, me reafirmaban en aquel ambiente especial. Muchos me llamaban "Pequeño Krishnamurti" y os confieso que me parecía natural. Aunque la renuncia de ese pensador a la S.T. y sus ataques a los Maestros, me hacían desear que viajase a Argentina para rebatirle.

 

Me dediqué a nuclear a algunos teósofos “no viejos” (para un joven de 18, una persona de 35 años está, prácticamente, a las puertas de la vejez) y nos reuníamos en una cafetería de fines del siglo XIX a leer y a hablar de nuestros temas preferidos. Comencé a escribir poesía, obras de teatro y prosas. También montaba teatro en la Biblioteca Teosófica y largas sesiones de “Teatro Leído” de los Clásicos griegos. Hoy no puedo evitar la risa al pensar lo que deberían padecer mis más viejos seguidores en esas sesiones que duraban horas. Pero el político no había -por lo menos concientemente- nacido en Mi y lo cierto es que lo hacia con buena voluntad, mucho entusiasmo, y la opinión de “los viejos” me importaba un rábano.

 

Esta “dicotomía” de jóvenes y viejos me hacia sentir cada vez más “extranjero" entre los teósofos, ya que el 80 % de ellos tenían más de 60 años y los que no los tenían, parecían tenerlos; abúlicos, hablando siempre en voz baja, temerosos de los mismos fenómenos que gustaban investigar en teoríaproclives a la exposición de la pobreza y maniatados por una pseudo-humildad anárquica que me desagradaba cada vez más profundamente.

 

Mis actividades en la S.T. me habían alejado un poco de mi viejo Maestro Schmidt y además su salud ya no permitía nuestras largas entrevistas. La última tarde que le vi, estaba tan sonriente como siempre, pero su rostro demacrado y la frazada que cubría sus piernas inmóviles no dejaban lugar a esperanzas de recuperación física. Yo estaba tan embebido en los asuntos referentes a la inmortalidad del Alma y la reencarnación, que lo vi simplemente como si se preparase para un viaje. Hoy creo que mi dedicación absoluta al esoterismo me habla deshumanizado en algunos aspectos y mi rechazo y lucha cotidiana con los “viejos” que hablaban todo el día de fraternidad, amor y comprensión, me habían endurecido el corazón.

 

De cualquier forma, esa era la “escuela” en que me había formado mi Maestro Schmidt y me atrevo a asegurar que la naturalidad con que Yo encaraba su próxima muerte le llenaba de alegría, de orgullo al ver su obra viviente ante sí, tan fría y dura como un diamante. Nuestra conversación fué muy larga y pausada. Le puse al tanto de todas mis actividades, de mi correspondencia con el "Hermano Raja" y de los progresos que estaba haciendo en mis esfuerzos por ver el "doble" de las cosas, lentificar los latidos de mi corazón, hipnosis y sugestión colectiva. Le pinté mis esperanzas de vivir una vida dedicada exclusivamente al Esoterismo y a la Felicidad Espiritual, a través de la Magia práctica.

 

Su sonrisa se acentuó aunque no llegó a poder reírse, echando la cabeza hacia atrás, como antes. Me habló entonces como a un niño pequeño (cosa que me sorprendió desagradablemente) y me dijo que un hombre normal era como una vela que ardía por un solo extremo, un Esoterista como una vela que ardiese por los dos, y un idealista como una vela que ardiese por ambos extremos y por el mismo medio... el corazón. Esta Instrucción me la había dado varias veces, pero el énfasis que puso en esa oportunidad me hizo que le prestase una muy viva atención. Me vaticinó que Yo no iba a ser un Esoterista especializado en fenómenos "paranormales", sino algo mucho más importante: un idealista. En mi fiebre por las Cosas Ocultas casi rechacé sus palabras y hasta pensé (Dios se apiade de mi Alma) que estaba “chocheando” por muy viejo y enfermo. El ser un “Mago” en el sentido fenoménico del concepto era mi máxima ambición y lo de “Idealista” no lo terminaba de entender.

 

Entonces le pregunté: Señor... si Ud. se curase ahora de su enfermedad, ¿a qué se dedicaría?

 

Creo que esperaba mi pregunta, pues casi divertido por mi cara de asombro me contestó: No me curaré... pero si Dios me hiciese ese Don, emplearía el resto de mi vida en la observación de la Naturaleza, en aprender, en enseñar... -¿Y no haría Ud. más fenómenos ni investigaciones en lo Invisible? le interrumpí- No, me dijo, eso ha quedado atrás para Mí y pronto quedará también atrás para Tí.

 

No quise seguir escuchándole. Una especie de terror me congelaba el corazón. Mi Maestro me habló, ya entredormido, que me dejaría algunos manuscritos orientales, me bendijo y me despidió con su eterna sonrisa que ahora se destacaba sobre un rostro de pergamino amarillo.

 

Cuando iba a salir me volví rápidamente y le dije que le prometía entregar la vida a lo que me había enseñado. Alzando apenas su mano derecha me respondió: Esa fue mi última magia... ya la has entregado.

 

MI JUVENTUD VI

 

Pocos meses más tarde supe que mi primer Maestro, el Dr. Schmidt, había desencarnado. Concurrí a su casa a saludar a su viuda y para ver si me había dejado algún mensaje o legado póstumo, pero la hallé vacía y en venta. Nunca pude averiguar qué se había hecho de su familia ni dónde residían. Luego del pesar iniciar, entendí el hecho como un cierre de un ciclo para Mí y me dediqué muy intensamente a trabajar dentro de la S.T. y seguir desarrollando mis conocimientos y vivencias en el campo de lo Esotérico.

 

El grupo de jóvenes que lideraba dentro de la S.T. se fue organizando bajo las siglas de “AJTA”. Al mismo tiempo seguí mi trabajo en la Biblioteca Teosófica y en la misma S.T., donde a los 20 años era Secretario Nacional interno, como ya lo he escrito en estas breves memorias, y como el Presidente era un simpático anciano muy nostálgico que siempre recordaba haber sido uno de los “Jóvenes Kumaras” que rodeaban a Krishnamurti a principios de siglo y vivía muy poco el presente, no exageraría diciendo que la entera Sección Argentina de la S.T., en la práctica, quedó bajo mi dirección. Contaba Yo con la ventaja de poder supervisar y alentar a las “Ramas” (micro estructuras locales) de provincias, en donde tuve muy curiosas experiencias. Por recordar una: En una ciudad argentina funcionaba una Rama desde hacía un cuarto de siglo, pero eran siempre las mismas docenas de personas. Ante mis reclamos me dijeron que no podían estudiar la “Doctrina Secreta” que había escrito HPB, de la cual tenían sin embargo una magnífica edición española encuadernada en piel, con letras de oro. Les pregunté el por qué... y me respondieron que... “Porque era secreta y lo secreto no puede revelarse”. Y así hacía 25 años que tenían los preciosos tomos sobre la mesa, pero sin atreverse a abrirlos.

 

            Con una frecuencia que se acercaba a lo bimensual seguía recibiendo cartas de Adyar, con consejos sobre mis lecturas y con algunos ejercicios. Ante la sugerencia de que me haría falta un lugar muy privado para mis estudios y reflexiones, concebí transformar el sótano de mi casa de Amenábar 863 en una forma de «Cripta». El proyecto fue aprobado y me dediqué a la ímproba tarea de sacar de dentro los viejos restos de toneles de vino y otros trastos que se habían acumulado. Ví con sorpresa que las vigas de hierro del techo lo dividían en 7 partes, que su planta rectangular se aproximaba mucho a las proporciones «áuricas» y que estaba orientada según los 4 puntos cardinales. Confieso que mi sorpresa duró poco, pues en aquel entonces tenía ya la interna seguridad de estar trabajando para «La Jerarquía», los «Maestros de Sabiduría» o como se quiera llamarle.

 

Mi actividad para con las «Ciencias Ocultas» era intensísima; leía enorme cantidad de libros, visitaba cuanto ocultista o «dotado» aparecía en cualquier parte de Argentina, aunque tuviese que conducir por alejadas carreteras más de 20 horas para ello. Conocí un curioso personaje muy erudito en Astrología y me dediqué a estudiar con él. Era el Capitán de Fragata H.N.P. que tendría luego gran protagonismo en la caída de Perón y que era G.33 de la Masonería del Gran Oriente Argentino, Rito Escocés. En su sabiduría y amabilidad, jamás me propuso entrar a la Masonería ni Yo me sentí nunca tentado a ello, pues el simbolismo judeo-cristiano no era mi preferido y además, la Masonería en Argentina, carecía de facilidades para un estudio profundo o para prácticas esotéricas y más bien era un núcleo politico-social de apoyo económico, inclinado a banquetes y ceremonias más impresionantes que realmente simbólicos. También, este amigo que triplicaba mi edad, me dió lecciones de esgrima y me puso en contacto con mucha gente interesante del Circulo Naval Argentino. Luego reaparecería en mi vida, pero de momento un acontecimiento en que Yo no había querido ni pensar, tuvo lugar: fui llamado a filas a hacer el Servicio Militar.

 

A quienes hoy me conocen y saben que una de las ramas del conocimiento que he desarrollado y sobre la cual he dado numerosas conferencias, ha sido la referente a temas militares, les costará creer que aquel joven no se alegrase con ello, sino todo lo contrario. Esa «Milicia» de la cual había escuchado tantos comentarios desfavorables entre mis compañeros de la Facultad de Medicina que estaba cursando -y a la cual el «ambiente» de la «Cueva» era tan contrario- me parecía una pérdida inútil de tiempo. Pero en Argentina no hay escapatoria posible, salvo para el tullido, y me tuve que presentar, aunque con el plan de exagerar tanto mi miopía que el medico revisor se viese forzado a recomendar la no incorporación en servicio activo.

 

Después de pasar las demás revisiones físicas, al llegar a la oftalmológica, puse en marcha mi plan y dije no poder leer el cartel que tenía delante ni con gafas y que ni vería la pared a ojo desnudo. Luego de consultar mi ficha personal, el médico militar me sonrió y dándome una palmadita me dijo. «Mejor, así no se impresionará cuando se tire». Y me Inscribió en un Comando Especial de Paracaidistas.

 

Lo que pasé en los 3 meses de instrucción intensiva que los estudiantes universitarios hacíamos en el Servicio Militar no viene al caso con este relato, pero si el que nunca dejé de asistir, por lo menos una vez a la semana a la Biblioteca Teosófica para dar una conferencia o liderar mi grupo de jóvenes teósofos, que crecía constantemente. Por culpa de ello tuve que aguantar muchos arrestos en una celda en donde sólo se podía estar de pie, dando cara a la puerta de chapa de hierro recalentada por el sol. En los momentos de descanso leía poesías de Amado Nervo y la revista del Ejercito, «El Soldado Argentino» que me resultó interesante. Sin darme cuenta, los temas militares empezaron a interesarme cada vez más.

 

Al Salir de la Milicia fué cuando empecé a escribir mi libro “Ankor, el Discípulo” y al presentarme a un concurso de Poesía, gané el Primer Premio Nacional «Violeta de Plata» que me fué entregado en el Aula Magna de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de manos del Ministro de Educación.

 

MI JUVENTUD VII

 

Apenas libre de mis obligaciones militares me dediqué activamente a planear mi vida. Iba a hacer una cripta lo más parecida a una egipcia y cuando llegase a adquirir los conocimientos y poderes necesarios, viajaría a Tíbet a especializarme. Cuando cumpliese los 40 años volvería a Occidente e instalaría una clínica médica muy especial o recorrería el mundo haciendo curaciones prodigiosas. Convertí todos mis bienes, menos el coche, en capital “liquido” y habiéndome encontrado con un viejo condiscípulo del estudio secundario que quería montar una Industria para fabricar cremas heladas de alto nivel, pero que a pesar de sus conocimientos no tenía el dinero necesario para adquirir las maquinarias y alquilar un local, me asocié con él. El trato era simple: él trabajaría y yo ponía el dinero y ayudaría cuando pudiese e inventaría algunas cremas heladas sofisticadas. Eso -yo lo creía- me dejaría un dinero mensual para vivir y sobre todo me dejaría tranquilo para trabajar en lo Esotérico.

 

Así, me dediqué a hacer la cripta. Con mis propias manos la pinté y decoré con un símbolo de la S.T. sobre su puerta al entrar y con otro interno, representando el Ave Fénix sobre una hoguera, la Lira de Apolo Pitio y por debajo una reproducción del peso del corazón en la balanza, según el Libro de la Oculta Morada, vulgarmente llamado “Libro de los Muertos” egipcio. Por los costados, corrían dos serpientes que se entrelazaban, la una negra y la otra blanca, también a la manera egipcia. Algunos elementos estaban pintados a la témpera y otros que mencioné y que no mencioné en pintura fosforescente, invisible bajo luz normal y sólo visible en la oscuridad. Así, tenía “dos criptas”, una que se veía encendiendo la luz y otra que se veía apagando la luz.

 

Decoré el techo a la manera de una mastaba egipcia, con estrellas de cinco puntas doradas sobre un azul profundo. También había otras estrellas que estaban pintadas con la pintura fosforescente y que sólo se veían al apagar la luz y que se referían a ciertas constelaciones relacionadas con las 111 estrellas “fijas” de la vieja astrología egipcia. Incluso había hecho adaptaciones temporales y también para el hemisferio Sur. Cubrí el suelo de cemento, con cinco toneladas de arena pura de mar, la más fina que pude encontrar. Monté contrapesos para poder abrir la pesadísima puerta-trampa de hierro desde dentro y que, al descolgar los contrapesos no hubiese manera de abrir desde fuera, salvo con ayuda de palancas de hierro y la fuerza de varios hombres que tirasen de los pitones de bronce.

 

Pinté frases en la parte interior de la puerta-trampa y en su primer zócalo, que daba a la escalera de madera, la frase que rigió durante milenios la vida de los Discípulos que se habían dedicado a retiros espirituales: “Sé digno de volver a entrar”. Al bajar la escalera, totalmente pintada de blanco, muy empinada, de unos cinco metros y que bajaba unos cuatro metros bajo tierra, se encontraba una pared en la cual estaba pintada el Pentagramatón; se doblaba a la derecha para ingresar a la cripta pasando una pequeña puerta con un cortinado de terciopelo azul oscuro, muy pesado, donde había pintado con trabajo y detalle, un caracol como símbolo del tiempo a través del cual había que pasar para entrar a la nueva dimensión que era la cripta.

 

En el lugar principal pinté con pintura fosforescente, el símbolo de los ANAX, y sobre él monté un enorme Osiris que llegaba hasta el techo, esculpido por mi sobre una masa de piedra-yeso. Este gran símbolo geométrico se enfrentaba con Su Anagrama que coronaba la puerta. La cripta tenía una ventana de conducto indirecto que daba a la calle, a la cual presentaba fuertes rejas. Era una suerte de toma de aire a la que puse una puerta o ventana hecha de madera y lana de vidrio de manera que cerrada, aislaba completamente de cualquier ruido exterior. Con la ayuda de un manual monté un sistema eléctrico que alimentaba lamparillas escondidas y también un tubo de rayos catódicos que me había sido recomendado para facilitar las videncias de los «Dobles».

 

En el centro, una mesa de comedor antigua, de mi abuela, se convirtió en mesa de ceremonias, pintada de blanco y oro y con un zodiaco azul a su alrededor. Luego, también me hice una especie de «Tabla de Ofrendas» que podía deslizar sobre los signos zodiacales, aunque normalmente estaba en Acuario.

 

Según lo que se me había enseñado no podía bajar a la cripta con ropa corriente e hice confeccionar a mi madre una túnica de lino egipcio, con capucha abatible, que me cubría de pies a cabeza. Asimismo unas livianas zapatillas blancas del mismo material y una soga con siete nudos que me ceñía la cintura. Más tarde, para algunas prácticas, me adosaba cintas de colores con símbolos mágicos como ser triángulos, cuadrados, cruces gamadas y distintivos fosforescentes que sólo podían verse en la oscuridad.

 

Uno de mis primeros ejercicios fué pintar en la pared y luego borrarlo pacientemente, durante siete meses, una figura de pez, símbolo de la Vieja Era de la cual acabábamos de salir. El pez fué paulatinamente reemplazado por una montaña mágica, de perfil triangular, que emergía de las aguas lanzando haces de luz en número de 6.

 

Así comencé a «vivir» en la cripta la mayor parte de las horas del día. Al amanecer salía a la terraza de mí casa, tan sólo vestido con mi liviana túnica, en verano o invierno, lloviese o hiciese buen tiempo, a saludar en una posición oracional, a Venus, el Planeta relacionado esotéricamente con Sirio. Estas disciplinas, contrariamente a lo que suele leerse en los libros de divulgación, no endurecieron mi cuerpo, sino mi voluntad. Mi cuerpo, simplemente enflaqueció más aún, cogía resfriados a cada momento y dormía poco y a deshora. El «Ritmo Natural» del que hablan los libros no es el «Ritmo Discipular»... os lo aseguro. Para los Maestros, lo que importa es el Alma y el cuerpo se mantiene a duras penas como una suerte de «Mal necesario». Se le mantiene en su mínimo perfil vital para que moleste lo menos posible, se le da mucha agua por fuera y poca por dentro, se le alimenta de vegetales. A Mí se me permitió, tal vez por mi endeblez física, tomar vitaminas, por vía bucal e inyecciones, pero Yo me olvidaba generalmente de aprovechar de ésto... ¡¡Era tan maravilloso lo que estaba Viviendo, era tan bello vivir en la cripta¡¡

 

 

MI JUVENTUD VIII

 

De la lectura de la última publicación podría deducirse que mi vida en la cripta era exclusiva, una suerte de “Internado” sin ningún contacto con el mundo exterior. Pero no fué así, yo seguía trabajando en la S.T., dando conferencias (todas de temas esotérico-teosóficos) y estudiando, primero en la Facultad de Ciencias Médicas y luego en la Facultad de Filosofía y Letras, cursando las carreras de «Filosofía», «Historia» e «Historia del Arte». Al mismo tiempo me sometía a «pruebas», pues sin necesidad económica trabajé en los más variados ramos. Desde las labores de la tierra, como ser plantar patatas y cortar caña de azúcar de sol a sol, hasta corretajes de muestrarios de ropas interiores de hombre y de mujer. He cargado sacos de 50 kilos de azúcar levantándolos por rampas de madera y he combatido plagas de langostas y saltamontes conduciendo pesados camiones. Esto lo hacia en determinados meses del año y tomaba tan duras tareas como «pruebas», que lo eran, como las otras más sutiles de la cripta. Para Mí... infinitamente más terribles, pues mi escasa alimentación y mi forma de vida no guardaban relación, en la humana lógica, con tan brutales esfuerzos.

 

En referencia a las carreras universitarias que cursaba, ello no me preocupaba ni mucho ni poco, pues mi afición a lo que hoy llaman «parapsicología» me hacia experimentar también en ese campo, reteniendo libros enteros luego de una primera y rápida leída que me permitía «filmarlos» en mi conciencia y saber de antemano cuál seria el tema sobre el que me iban a examinar, aunque un bolillero de la suerte girase delante mío en esas ocasiones... mientras yo repasaba mis propios apuntes sobre lo que minutos más tarde me preguntarían. En verdad no precisaba ese repaso... pero era una forma de mantener mi mente ocupada y que ésta no interfiriese a la poderosa forma mental que previamente había emitido para que me «tocase» determinado tema. Sé que esto no parecerá estrictamente ético y que tiene algo de «magia gris», por lo menos, pero era práctico, ya que lo que Yo buscaba en las Universidades eran oportunidades de investigación y no lo que mis adocenados profesores pudiesen enseñarme, siempre teñido con el miedo de perder sus empleos y de la politiquería de moda.

 

Aunque parezca mentira lo que a continuación diré... Yo no sabía que estaba en la Escuela Esotérica ni tenía idea clara de lo que era el Discipulado. Tanto era el trabajo, tan alucinante el mundo en que me hallaba, que si a ello le sumamos las extremadas penurias físicas por las que pasaba, por ejemplo, abriendo y cerrando mis cortos periodos de sueño con complicados ejercicios basados en la mentalización de figuras geométricas estáticas y dinámicas, de determinados colores y en la percepción de sonidos puros que tan sólo sonaban dentro mío, podremos concebir que un joven de poco más de 20 años no se detuviese en consideraciones axiológicas ni históricas. Yo vivía mi vida y con tan tremenda intensidad que, la verdad, lo demás me importaba muy poco. No creo que fuese una actitud egoísta, pero estoy seguro que si era egocéntrica. No pensaba en el trabajo futuro ni en el trabajo de los demás. Habían logrado potenciar mi mente de manera que se concentrase constantemente en pulir y perfeccionar su propia herramienta, sometiendo a la vez a la personalidad a toda clase de privaciones, limitaciones y verdaderos "mazazos" que la mantenían al servicio obediente del alma. Para ganar tiempo se me había desarrollado lo que Yo llamaba “Doble mente”, una bifocación de la atención que me permitía hacer un complicado ejercicio mental a la vez que conducía un automóvil por una ruta prefijada, pero de la cual luego Yo no recordaba absolutamente nada. Sin embargo jamás tuve un accidente y me "despertaba" cuando los faros de mi auto iluminaban el portal del garaje de Amenábar, o cuando acababa de estacionarlo aparcándolo en el sitio prefijado. Hoy diríamos que una suerte de «computadora» era programada y cumplía su función perfectamente dentro de Mi, sin molestar al Yo superior en Sus Trabajos. Por referencias de otras personas supe luego que cuando estaba en ese estado de «bifocación» no se me notaba en nada, hablando y comportándome con toda normalidad. Con la creciente práctica fui capaz de hacer o atender varias cosas a la vez, habilidad que todavía conservo en parte.

 

Mi primer trabajo «Escolástico» fué hacer un análisis comentado de «Cosmogénesis» de H.P.B. Tardé casi un año en elaborar un descomunal trabajo que cubrió muchos cientos de páginas a mano, pues en ese entonces, como se puede comprobar hoy viendo los originales de mis primeros libros, mis escritos eran todos confeccionados a mano y a vuelapluma. Lo mandé a Adyar. Meses más tarde recibí un gran paquete: era mi trabajo guillotinado en cruz. Jamás supe en qué me había equivocado. La orden fué volver a hacerlo y la segunda vez no me fué devuelto, por lo que deduje que había sido aprobado... o tal vez que habían perdido la esperanza de que lo hiciese bien. Esta última posibilidad es la más probable, pues cuando me mandaron hacer lo mismo con «Antropogénesis», aunque mi trabajo no fué devuelto, me llegaron, sí, una serie de comentarios a cada una de las «Estancias» en idioma inglés, al parecer copias de escritos en una vieja máquina, que inmediatamente mandé traducir y que, con algunos agregados míos, sirvieron para elaborar la Cátedra de Antropogénesis que figura en nuestro programa «Blanco». ¿De quien eran estos comentarios?

 

MI JUVENTUD IX

 

Lo que tengo que escribiros ahora me es difícil de expresar. Al contrario de lo que piensan e imaginan quienes jamás han estado internados en una Escuela Esotérica lo que no se cuenta de Ella no es sólo por el insalvable escollo del Voto de Silencio, sino porque... hay muy poco que contar.

 

Así como en los juegos de los niños, se «disparan» los unos a los otros con sus juguetes que remedan armas, y fingen unos caer muertos y otros se llevan las manos a distintos lugares de sus cuerpos simulando estar heridos, o se esconden como si hubiesen sido desintegrados por la pistola de rayos de algún extraterrestre para, a los pocos minutos, levantarse y aparecer y fraternizar comiendo caramelos y riendo juntos, así los que han practicado remedos de Ocultismo tienen muchas «experiencias» insólitas que narrar y se jactan de haber levantado Kundalini o visto el Shamboga del Buda... Los que verdaderamente han rozado el Misterio poseen solamente vivencias intransferibles y guardan recuerdos de cosas increíbles, que por su misma naturaleza, se abstienen de comentar.

 

Pienso que, de manera indirecta, se entienda mejor mi pasaje por la llamada Escuela Esotérica que fundó H.P.B. con elementos Tradicionales infinitamente más antiguos.

 

Desde el fondo del Tiempo... cuando los Hombres de la naciente 5ª Raza, hace aproximadamente 1.000.000 de años, empezaron a surgir de la 5ª Subraza de la 4ª Raza, los Señores hicieron un Pacto con aquellos que se salvarían del Gran Diluvio de otorgar la Iniciación Blanca, una especie de «Seguro de Vida» para que las Fuerzas de las Tinieblas no llegasen otra vez a enseñorearse del Mundo de manera total. Como “Elementos de Supervivencia” para épocas difíciles, les dieron también fórmulas sencillas y puras que preservasen el Bien en la Tierra y la posibilidad de que, los más aptos, escalasen con sus accidentes kármicos inevitables, la Escala de los Peldaños de Oro. Algunos de los Señores quedaron entre los humanos, bajo forma humana y condiciones humanas que aceptaron por Amor y por Destino, y se comprometieron a, en determinados momentos, impulsar la evolución de las conciencias del Núcleo de Luz que luego, en tiempos modernos, llamaríamos la Gran Fraternidad Blanca. Esta ocupó diferentes lugares en el Planeta según se fueron moviendo los Chackras planetarios al influjo de la propia vida que rige al Chohan de la Tierra y a las influencias astrológicas y cósmicas que cambian con el tiempo, dada la traslación de la misma Tierra y del Sistema Solar a través del Espacio-Tiempo.

 

Pasaron los milenios y se forjaron símbolos, sistemas y Misterios.

 

Estos son desde entonces inmutables en su esencia y aún en sus presencias fundamentales. Esto permitió el Reconocimiento más allá de la vida y de la muerte y de las contingencias Históricas.

 

Las Líneas de Trabajo se diversificaron.

 

Los Trabajadores o Servidores de los Señores se alternaron en distintas opciones en diferentes partes del Mundo. El Sacrificio, el Inegoísmo y el Poder de Redimir no cambiaron. Ellos fueron siempre Eficaces.

Cuando los Grandes Misterios, y aún los Pequeños, se fueron perdiendo en Egipto, con la caída del llamado hoy «Nuevo Imperio» que había logrado superar la “herejía” de Akenatón y a través de Horemheb reconquistar un Espacio Vital que permitió sobrevivir a la Escuela de Tebas (HPB la llamará alguna vez, adaptada a su siglo, la “Logia Luxor”), los Señores planearon para el Occidente Europeo, que seria por milenios el amo del Mundo y Sede de la 5ª Raza, un Plan de Acción a corto, medio y largo plazo. Había comenzado lo que en Oriente llaman Kali-Yuga... el Ciclo de Hierro y Sangre. Este ciclo fué representado frecuentemente como una serpiente, recordando que la cabeza (principio) de la Serpiente de la Oscuridad, es más peligrosa que la cola. Esta Serpiente Oscura es la Sombra de la Serpiente de Luz. Se eligieron algunos Grandes Maestros y un grupo de Iniciados y de Discípulos Aceptados para transferir a la Cuenca del Mediterráneo la Esencia de los Misterios que se habían desarrollado en Egipto. Desde Oriente se hizo marchar, bajo la alegoría del carro tirado por tigres, nuevos Aportes Iniciáticos. Así aparecieron los «ANAX», los primeros Reyes-Iniciados-Guerreros-Sacerdotes en la zona de Grecia, cuya “Rama” filosófica es lo único que está al alcance del lector en base a los “Presocráticos”, y a las recopilaciones de Pitágoras, Platón y las posteriores Escuelas Romanas que terminarían en Pérgamo y en Alejandría. Muchos otros pueblos han portado la Llama, pero os escribo sobre lo que conocéis como la experiencia de un ensayo de 6ª Subraza dentro de la 5ª Raza, con su Faro en Atenas y Espejos Reflectores que llegaron a Iluminar desde la parte hindú del Asia hasta el resto de Europa y parte de Africa.

 

Con el derrumbe del Imperio Romano de Occidente, los Misterios se «Sumen en uno de sus periódicos Sueños» (me estoy refiriendo al Mundo Occidental, Sede le 5ª Raza Aria; otros Periodos se abatieron en anteriores y posteriores épocas sobre Asia y América). La llamada «Alta Edad Media» mantuvo sus semillas de los Misterios, sobre todo los Menores, pues salvo a través de Sagas como la de Arturo, los Mayores se silenciaron. Las luchas religiosas del Musulmanismo y el Cristianismo, como antes las del Brahmanismo y el Budismo y otras muchas diferentes creencias en el Asia, hicieron perder para los pueblos importantísimos tesoros culturales... Sólo en los Anales Akáshicos permanecían imborrados. De esos Anales y de contactos puntuales con la Logia Blanca, ya refugiada en las montañas más altas del Mundo y en el «Palacio de Hielo», se extrajeron Enseñanzas y encarnaron hombres excepcionales que fueron arrancando a Occidente de la Oscuridad. El Ideal Caballeresco y el Arte Gótico son dos ejemplos que podemos mencionar.

 

MI JUVENTUD X

 

Cuando digo “arrancando a Occidente de la oscuridad”, sé que la actual moda de supervaloración de lo medioeval se me enfrenta, pero os quiero decir que la llamada Edad Media Occidental, ni fué tan bárbara ni negativa como se la vio en los últimos siglos, ni tampoco tan criptocivilizada y positiva como se la considera en la actualidad. La verdad no está en un término medio, sino en la verdad en sí, pero esa es una axiología que toca tan sólo tangencialmente este artículo. Baste con lo dicho y el que quiera saber más, que investigue por su cuenta y sin dependencias innecesarias.

 

La Masonería en sus distintas facciones y el Rosacrucismo Tradicional (no el de AMORC fundado a comienzos de siglo XX) fueron intentos de la Jerarquía de rescatar algunos Elementos de corte Iniciático en el siglo XIX y en el que le precedió; pero estos intentos degeneraron en formas altamente politizadas y neutralizadas por el Positivismo Iluminista y por el Marxismo, nacidos de una intelectualización teorética de la Vida, la antítesis del verdadero Conocimiento Esotérico Tradicional. Tanto Occidente como Oriente se ven desbordados por estas corrientes que van más a la superficie de las cosas que a sus Estructuras verdaderamente Internas. Aparece entonces la figura de HPB rodeada de una pléyade de Almas “Viejas” que resuenan ante el reclamo de la Jerarquía y se funda la S. Teosófica. A pesar del éxito inicial, también este Movimiento se mezcla peligrosamente con la anarquía caótica emanada de la Faz Oscura del Proceso de Restauración.

 

HPB, cansada de luchar incesantemente contra sus detractores y con su personalidad fuertemente golpeada por su entorno, decide -en sus libros, especialmente en su monumental síntesis de la “Doctrina Secreta”- escribir no sólo para su tiempo sino para el siglo XX, que Ella nunca vería físicamente. Tras sus largos y misteriosos viajes de los cuales sabemos relativamente poco, se refugia en Londres, rodeada de algunas aristocráticas damas para terminar allí su gran obra, que recopila, con la ayuda de los Maestros de Sabiduría, todo el Conocimiento y Vivencia que había podido rescatar y comentar en Adyar y en otros lugares de la Tierra. La "Doctrina Secreta" va a escribirse para el público preparado espiritualmente, reservando los Elementos más Ocultos a una naciente “Escuela Esotérica” que se mantendría relacionada con la S. Teosófica. Luego de la desencarnación de la Maestra, esta relación se vería aún dificultada por la aparición de la llamada Iglesia Católica Liberal, ala izquierda y modernista de las Enseñanzas, y por la Rama Dorada, ala derecha y política en la cual nace la idea de tomar el Mundo por asalto y plasmar rápidamente ciertos Principios Iniciáticos.

 

De la iglesia Católica Liberal derivaron los diferentes Movimientos como la Antroposofía y la Escuela Arcana, y aún la Estrella de Oriente que cabalgó al entonces “Niño prodigio” Krishnaji, hoy llamado Krishnamurti y feroz enemigo de todo tipo de Sociedad (obviamente menos de la suya propia, que pervive bajo la forma de una Editorial Multinacional).

 

De la Rama Dorada, pasará al continente Europeo la forma llamada “Logia Thule” de la cual hay bastante información, por lo menos exotérica, y que daría impulsos y justificación al Movimiento político que solemos englobar en la denominación de “Nazismo”, con sus prólogos y sus epílogos.

 

Las férreas mandíbulas del siglo XX, con el que tanto se había soñado y que tantas decepciones dio, trituraron de una forma u otra y llevaron al desastre a las diferentes formas de Esoterismo, no sólo al asimilable para el pueblo, sino que arrastraron lo Esotérico propiamente dicho.

 

La Escuela Esotérica, que se había mantenido al margen de todo ello, no crece ni se desarrolla, aplastada por la inercia de la S. Teosófica, que constituyó durante medio siglo su única vía de acceso. Con la S. Teosófica en decadencia, la Escuela Esotérica cierra sus puertas oficialmente a mediados de 1950. Yo, en ese entonces, tenía 19 años y a pesar de ya estar estudiando y formándome en sus cánones, no lo sabía y desde las filas de la S. Teosófica, de la cual ya era dirigente en la Sección Argentina, festejé interiormente su cierre pues se me mostraba como un simple refugio enigmático de viejecitos vegetarianos. La verdad es que su cierre tampoco fué de publico conocimiento y murió, por así decirlo, de manera aún más silenciosa de la que nació.

 

Yo, pasados los 20 años (edad en que comencé a escribir ANKOR), inicié mis trabajos en el sótano de Amenábar convertido en Cripta de Ritual Egipcio y continué recibiendo, ahora de Sri Ram, algunas cartas de Adyar y fotocopias y copias carbónicas aparentemente muy viejas que llevaban siempre como remitente “Madras 20 th”. Mi sueño era llegar a ser médico y viajar a Tíbet para aprender magia curativa y, como dije, regresar al filo de los 40 años de edad a Occidente y montar una suerte de Consultorio Médico Esotérico. No se me contradijo en ese Sueño... La verdad es que tampoco se me alentó, pero todo hombre ve y siente lo que quiere ver y sentir. El conocer físicamente a Sri Ram fué un gran impacto y le serví de chofer en su primer viaje a Argentina. Hablaba muy poco, y a los regresos a su hotel (el Alvear Hotel de Buenos Aires) Yo trataba de averiguar algo más de mi extraña correspondencia con esos maravillosos desconocidos o simplemente con algún piadoso archivero. Pero de ese primer viaje no saqué nada en limpio. Visitó la Cripta y la aprobó, pero a mí me pareció que con escaso entusiasmo. Pero una interna Voluntad, que afortunadamente no me abandonó en toda la vida, me hizo seguir con motor propio, más allá de aprobaciones que mi juventud hubiese querido que fuesen más entusiastas. Los dos primeros años de Cripta me llevaron a desarrollar la posibilidad de contactar más directamente con mis desconocidos Maestros.

 

MI JUVENTUD XI

 

Empezó para Mí una época en la cual, dedicado plenamente a la tarea de penetrar más y más en el Mundo Mistérico, tuve que arriesgarme a pruebas y ejercicios muy duros, que llegaban a dejarme extenuado, tirado sobre la arena que cubría el suelo de la cripta varias horas, recuperando poco a poco las energías imprescindibles para accionar el mecanismo de pesas y salir de ella. Otros llevaban mi conciencia al Mundo de los Dobles de las cosas de la Tierra física (en verdad no son sus "dobles" sino que las cosas físicas son los "dobles" de esos "objetos" que son un tramado de energía y de materia en estado sutil), en lo que comúnmente se llama "desdoblamiento" y cuando, gracias a la campanilla enérgica de un reloj tipo "despertador", volvía a ocupar mi cuerpo notaba la boca llena de sangre, los miembros helados y un frío terrible del cual me costaba al principio muchísimo recobrarme. Como carecía de ayudantes físicos tenía que recurrir a estas argucias mecánicas, violentas y peligrosas. Pero mi cuerpo era joven y resistió.

 

El control de la mente era lo que más se me recomendaba. En verdad sin un básico control de la mente no se pueden realizar ninguno de estos ejercicios pues el "Yo" que poseemos en esta etapa evolutiva es un Yo-mental... un Yo-soy... un Yo-existo. El desgraciado practicante de estas Artes Ocultas que no pueda controlar su propia identidad es arrastrado por las corrientes Astrales y puede ser dañado gravemente por las larvas y la "fauna" de esas dimensiones, corriendo el peligro cierto de que se le corte el llamado "Cordón de Plata" que mantiene su cuerpo aún vivo y desencarnar por simple paro cardiorespiratorio.

 

Los ejercicios de "desdoblamiento" son progresivos... En los que se me recomendaron comencé por desdoblar un brazo de tal forma que si mi voluntad quería "mover el brazo", no era el físico el que se movía sino su doble "astral". El físico se sigue viendo, pero como desde otra dimensión, como si fuera de madera, algo que nos pertenece pero que ya no forma parte de nosotros mismos... como por ejemplo se puede ver un lápiz entre nuestros dedos, algo inerte y "muerto". Lo más difícil es desdoblar la cabeza, sede de nuestro sistema nervioso superior y por lo tanto de nuestra conexión con ese mencionado Yo.

 

Os decía que es imprescindible dominar el Yo mental, el Yo-soy-Yo. Recuerdo que la primera vez que quise pasar un muro estando desdoblado no pude hacerlo, aunque el muro estaba en dimensión física y su "doble" era permeable ante la fuerza de mi voluntad, tal como lo es una puerta que se abre cuando la manipulamos con voluntad de abrirla. Y no pude porque no logré el convencimiento de poder hacerlo, atado como estaba a lo que acontece en el plano físico. Sólo cuando logré convencerme de manera firme y continua de que podía hacerlo, lo logré.

 

Estos ejercicios no estaban planeados para "gozar" de un fenómeno parapsicológico en sí, sino para ser luego meditados y aplicados a las cosas de la vida. Pero mi carácter me hacía disfrutar intensamente con ellos y forzarme a volver al cuerpo, pues en esa otra dimensión más diáfana y luminosa, llena de colores bellos y de extraños sonidos suavísimos, me hallaba tan a gusto que el volver a mi robot carnal me parecía una maldición y hasta un acto repugnante. La experiencia de volver al cuerpo es tan terrible que si la mente no está equilibrada, podría el experimentador quedar loco u obseso por vida.

 

Pasadas estas angustias pude elevar mi conciencia sin elevar mi "forma" y así, sin tan terribles experiencias, poder ver y oír cosas inmateriales. Al principio muy confusamente, luego más claro, misteriosas voces interiores fueron dándome respuestas a mis preguntas y acompañándome en la soledad a la que me había sometido. No tanto soledad física, pues seguía yendo a la Biblioteca Teosófica y a la Universidad, sino a la soledad psicológica y mental de sentirme "extranjero" en el mundo.

 

Recuerdo una época en que tenía que ir todos los amaneceres a la costa del Río de la Plata para hacer ciertos ejercicios de meditación sobre sus aguas. Mientras conducía mi coche hacia allí, tenía que hacer esfuerzos que llegaban a deformar mi semblante (como lo comprobé más de una vez al verme reflejado en el espejo retrovisor) para "comprender" el mundo que me rodeaba, interpretándolo correctamente de manera de poder circular por él. Veía correctamente las cosas pero no las entendía y tan sólo los "reflejos" acumulados desde mi niñez en la conducción de un automóvil, me salvaron de provocar un accidente.

 

Continué mis estudios de Astrología, ahora ayudado por el olvidado sistema del "Zodíaco Vertical" de 111 estrellas fijas que utilizaban los antiguos egipcios, y comencé las prácticas de Alquimia haciendo combinaciones de ciertos metales Y exponiéndolos a la luz de la Luna, así como a la de determinados planetas y estrellas que se reflejaban en mis espejos. Comencé un contacto práctico y controlado con el "Mundo de los Elementales". Me dediqué por un tiempo a la magia curativa en base al perfume de las flores y de sus habitantes, los Elfos, a los que aprendí a distinguir con mucha claridad. Trabajosamente logré ver las Salamandras, tanto las que se arrastran entre los carbunclos como las que se elevan como víboras oscuras con las lenguas de fuego. De ellas aprendí a modificar las llamas y de los Silfos a entender la utilidad y mensaje de los vientos, sin los cuales no existirían los árboles, por ejemplo.

 

MI JUVENTUD XII

 

Comencé la dura y difícil tarea, para Mí que jamás estudié eso, de tallar una muy grande estatua de Osiris que estuvo luego adosada a uno de los muros de la Cripta, llegando desde el suelo hasta el techo. La cabeza, por tener allí mejor luz, la modelé y tallé en yeso sobre la gran mesa del comedor de mi casa de Amenábar 863. Mi "taller" estaba constituido por la mencionada mesa, un poco de alambre tejido para dar sustentación y evitar las masas macizas demasiado pesadas, un cubo de agua y otro de yeso en polvo. Un cincel viejo me ayudaba en los retoques. Al fin quedó aceptablemente bien y por trozos la fui introduciendo por la puerta-trampa para armar los pedazos en el lugar elegido, adosando el todo al muro. Ahora bien podía decir que tenía una cripta "egipcia" en toda regla, hasta con una tabla de ofrendas improvisada sobre la antigua mesa a la que había pintado signos zodiacales y que mencioné en otro Artículo anterior.

 

No quiero ni puedo dar muchos detalles de mis trabajos, pero quiero destacar algo más interno que iba creciendo en mi Interior. Aquel sentimiento de cierta vanidad que me hacía sentir superior a mis "colegas" externos, fue variando lentamente. Ahora nacía en mi corazón algo menos individualista y presentía de manera imprecisa una Misión que rebasaba mi propia personalidad. Esto coincidió con la primera visita a Buenos Aires de Sri Ram. En verdad, lo conocí en la ciudad de Rosario. Él había venido para un ciclo de conferencias en Universidades y locales de la S.T. Ya no recuerdo por qué lo comenzaba en la citada ciudad, pero en la sala en donde iba a hablar, me presenté una hora antes para no perderme lugar en las primeras filas. Por respeto, dejé las primeras libres a los más ancianos y me acomodé esperando mí primer contacto físico con un Iniciado. Me llamó la atención un Señor muy alto, de cabellos blancos que ocupaba la primera línea de sillas al que sólo veía de espaldas y algo que no puedo definir me hizo alzarme e ir a saludarle. Cuando se volvió me llamó por mi nombre y quedé como petrificado. El era Sri Ram y dijo que había estado esperando. Vestía a la occidental, un cuidado traje inglés color gris oscuro... Me sentí muy pequeñito y no creo haber estado brillante en esta primera entrevista. El hablaba poco y Yo no atinaba a decir casi nada. Su conferencia fué luego enormemente densa y duró más de una hora. Su voz era potente y tranquila e improvisaba ante la sala repleta de gente que le miraba como a un dios. Al terminar, y por encima del anillo cerrado de admiradores que pacientemente soportaba, me llamó y desde entonces fui su chófer, ansiando tan sólo servirle. Las muchas preguntas que había soñado habían muerto y con su sola compañía, generalmente silenciosa, me bastaba. Le acompañaba un traductor, de nacionalidad cubana, absolutamente silencioso, de baja estatura, bien vestido y que tenía el raro arte de pasar siempre desapercibido.

 

En el tiempo que estuvo en Argentina, casi un mes, se dedicó además de sus conferencias a supervisar la Sección Nacional de la S. T. y ante mi estupor casi ni hizo preguntas ni las respondió. A todos trataba con gran cortesía y su magnetismo personal le rebasaba siempre, pero creí notar que, estando con nosotros en las reuniones del Consejo Nacional que ahora El presidía, no estaba en verdad con nosotros. Era su simple presencia física un catalizador que provocaba aclaraciones y explicaciones, por demás difíciles, pues la Organización de la S. T. se venia abajo en Argentina y sus “Mandos” eran una simple gerontocracia que estaba siempre "en las nubes". Yo era el único Consejero joven -tendría en ese entonces unos 23 años- y los demás superaban los 60, siendo casi todos de más de 70 años. Sri Ram tendría entonces unos 65 años... pero no se le podía atribuir una edad definida, pues su sonrisa era la de un jovencito y su cabeza blanca la de un anciano. Sus manos eran largas, de dedos delgados y aristocráticos. Sus movimientos lentos y seguros. Su andar ágil, aunque gustaba detenerse cada vez que hablaba con alguien. En una de sus manos lucía el mítico Anillo de H.P.B., una gran piedra oscura tallada con incisiones y montada en oro al que Yo no me atreví, en este viaje que El hacia, a mencionar y ni casi a mirar.

 

Antes de que se fuese junté coraje y le mencioné la cripta y mi casa de Amenábar, algo de mis estudios y trabajos. Me escuchó sin dar muestras de aprobación ni de reprobación. Muy atentamente... pero nada más. Sacando fuerzas de flaquezas, aprovechando un momento de soledad, luego de un recital de danza hindú de Ruckmini Devi de Arundal, su hermana física, bastante menor que él, que había sido esposa de un antiguo Presidente de la S. T. siendo casi una niña, me atreví a preguntarle directamente sobre la marcha de la S. T. y de su futuro. Sin saber cómo me confesé con Él, le abrí mi corazón y le dije que, como Consejero de la Sección Argentina, ya no sabía qué hacer para mantenerla a flote. Hacía 10 años que en vez de crecer, decrecíamos el número de afiliados y de la inmensa biblioteca faltaban más y más libros. Sin entrar en críticas personales le dije, con lágrimas en los ojos, que estaba desesperado para que creciese, pero que todo se daba en contra.

 

Cuando terminé, sus ojos negros y penetrantes estaban fijos en Mi, bajé los míos casi horrorizado de haberle importunado con tales cosas que, en cierta forma le involucraban en el fracaso. Estábamos de pie -lo recuerdo muy bien- y Yo buscaba una silla en la cual derrumbarme, pues una gran congoja me invadía y la vergüenza me cegaba. Pasé una eternidad -tal vez no más de medio minuto- bajo sus ojos escrutadores y fijos que raramente parpadeaban, esperando un reproche y creo que mi cuerpo empezó a temblar. Cuando por fin me atreví a alzar la vista, me dijo: "Ya lo sé". Y permaneció en silencio. Sintiendo mis lágrimas correr por mis mejillas le pregunté alzando la voz contra mi voluntad: "¿Qué hacemos?"

 

MI JUVENTUD XIII

 

Contrariamente a lo que era dable esperar, su rostro se mostró despreocupado y bañado en una gran paz. Me habló largamente, como se le habla a un niño acongojado. Sus palabras emanaban una gran comprensión humana y hasta una sincera y no ofensiva lástima por aquel joven que tan angustiosamente le había preguntado por una de las pocas cosas que le preocupaban en la vida. En resumen me dijo que la S.T. no había fracasado pues había abierto unas grandes puertas a la participación de muchas cosas que antes estaban ocultas. Ponderó la obra de H.P.B. en ese sentido y lamentó que los posteriores Presidentes de la S.T. -entre los cuales se incluía- no hubiesen estado a la altura del legado espiritual de la Maestra. Me habló fugazmente del gran error que habíase cometido con Krishnamurti, de las desviaciones que sufrió el tronco original de la Doctrina, de la inercia imbatible que se había adueñado de la S.T. en todo el Mundo y que la Escuela Esotérica se había cerrado en 1.950. Me habló de todo ello como de un proceso encadenado, y de que si el cierre mismo de la S.T. tal vez estaba lejano, no alcanzaría ya a cumplir su misión histórica. Que era posible que se replegase sobre Adyar y se mantuviese allí como hibernada, como fuente de información, o simplemente como recuerdo de la gran aventura espiritual que había sido la S.T. Agregó que fuese amoldando mi pensamiento a trabajar fuera de la S.T.

 

Recuerdo que, a pesar que le escuchaba como hipnotizado, estas palabras provocaron mi reacción inmediata y me negué a esa posibilidad, aduciendo que habíamos probado, en Buenos Aires, que docenas de jóvenes aún podían interesarse en los temas teosóficos... Que llevado esto a gran escala... Pero me interrumpió amablemente con un movimiento horizontal y definitivo de su mano, larga y bronceada como una daga. Callé. Me dijo entonces que en ocho lugares del Mundo haría una experiencia. Que aquel lugar que sobreviviese o mejor se destacase, iba a retomar la caída bandera, con otro nombre y símbolos modificados.

 

Yo debería tener un rostro casi deformado por el estupor pues me repitió dos o tres veces esto último. Aunque no las pedí, me dió un par de direcciones de las cuales hoy sólo recuerdo una en Perugia, Italia.

 

Cuando Sri Ram se fué, volví a las rutinas maravillosas de la Cripta y a trabajar en la S.T. Aunque hoy parezca mentira, sus palabras me impactaron momentáneamente y luego llegué a pensar que se me había sometido a una suerte de prueba de fidelidad... Y me esforcé en trabajar más aún en la S.T.

 

Cuando me empezaron a llegar algunas cartas de esos centros que en otros Países estaban sometidos a la misma prueba que Yo soportaba -ó semejante- recién empecé a tomar conciencia de que algo grave pasaba... Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver, no lo asociaba directamente a un fracaso irreversible de la S.T. en su proyección hacia el futuro, sino más bien a una selección de elementos jóvenes que la levantarían de su inercia. De la correspondencia, recuerdo la que mantuve con Perugia, desde donde incluso me llegó el primer libro en gran formato y profusamente ilustrado que tuve sobre los Etruscos. Cuando un año más tarde supe que el joven profesional que estaba encargado de ese Centro de Fuerza, había cedido en su trabajo y preferido la más común experiencia de casarse y formar una familia física, no lo pude comprender... y pasados los primeros momentos me dejó de importar. Lo consideraba una debilidad, una concesión a la humana naturaleza y eso me repugnaba.

 

Un cambio muy importante se estaba plasmando en mi interior, aunque Yo no le diese importancia... Ya no soñaba para Mí... Ahora soñaba para "Nosotros", o sea para el grupo de jóvenes que lideraba. Incluso leía y hacia traducir el material que me seguía llegando... pero sin el ansia de "devorarlo" personalmente, sino que llegaba a encuadernarlo cuidadosamente... para el futuro... para otros. Comencé a dar importancia no sólo a los Maestros... sino a los discípulos y di conferencias, clases y cursillos con tanta seriedad como si de una ceremonia mágica se tratase. Mas aún... me fui dando cuenta que hay muchas más formas de Magia que las que yo consideraba y que la Magia Superior no tiene por qué estar adornada de lo fenoménico... que puede ser Interior.

 

El cambio continuó y retomé los viejos manuscritos de "Ankor el Discípulo" para terminar el libro. También empecé a planear una serie de manuales pedagógicos que permitiesen al estudiante medio el acceso a ciertas Instrucciones Confidenciales y a la misma "Doctrina Secreta" de H.P.B.

 

Desarrollé algunos estudios sobre el cráneo óseo, especialmente sobre el Etmoides, Esfenoides y la parte llamada "Silla Turca". También, aunque ya no recuerdo el motivo, estudié la vértebra Atlas. Mis trabajos eran simples comprobaciones sobre piezas naturales y ciertos límites de variación en las proporciones de las medidas, a la luz de una carpeta de Instrucciones sobre Medicina Esotérica (más bien Anatomía y Fisiología Esotéricas) del Maestro S.

 

Del Maestro A. aprendí las relaciones armónicas de todo lo que se quiera manifestar armónicamente. Del Maestro Aa. a bucear en las encarnaciones pasadas con un mínimo de distorsión por superposición de imágenes y vivencias. Del Maestro M. (vía indirecta) a buscar la verdad sin dar vueltas inútiles y a imponer la voluntad sobre las pasiones. Del Maestro K.H. (vía indirecta) a comprender la misión del Hombre Nuevo y la 6ª Subraza.

 

 

MI JUVENTUD XIV

 

El cambio interior y exterior que mencioné en mi anterior entrega continuó en beneficio de un futuro que intuía, pero sin claridad. Desde luego, mis deberes de disciplina, estudio y trabajo en la Cripta no cesaron ni disminuyeron.

 

Astrología y Alquimia volvieron a llenar mis horas, así como el trabajo intensivo sobre la "Doctrina Secreta" de H.P.B.

 

Terminé "Ankor el Discípulo" y empecé a pensar en escribir el hoy denominado "El Alquimista", pero en aquel entonces su nombre era otro: "Iglesia Asesina". Tal vez este nombre sorprenda a los Hdos. nuevos, pero en aquel entonces, hace casi 28 años, en el país en que Yo vivía, el marxismo ateo no constituía un peligro y mi información del resto del Mundo era bastante pobre en Historia Contemporánea y en asuntos político-sociales, ya que, francamente, no me interesaban lo suficiente como para distraer la muy apretada planificación de mis horas. En los "huecos" de mi tiempo prefería colocar mis lecturas de poesía, especialmente de Amado Nervo y Ruben Darío o escribir, dirigir y representar obras teatrales en la Biblioteca Teosófica.

 

En 1.956 se supo que Sri Ram volvería a la Argentina, aunque en un viaje muy corto, de pasada en una de sus giras que, generalmente, no llegaban a los países de América Latina. A medida que pasaba el tiempo se hizo evidente que su viaje sería no oficial, o sea sin actividades programadas.

 

El grupo de jóvenes teósofos no progresaba como Yo hubiera querido y pasé sucesivamente a revistar en varias Ramas de la Sección Argentina de la S.T. para vitalizarlas; éstas se llamaban "Lautaro", "Paz y Armonía" y "Argentina". Empecé una campaña exterior de carteles que anunciaban las conferencias de la S.T. que fue vista con verdadero horror por mis compañeros ancianos del Consejo Nacional. Por primera vez conocí la cárcel, pues en aquel momento, esas pegatinas y pintadas, que las hacía muy grandes, estaban prohibidas en Buenos Aires. Pero a los pocos días fui juzgado y reaparecí en escena, con una experiencia nueva y un orgullo no del todo sano de haber pasado por esa triste circunstancia sin que me afectase ni me hiciese desdecirme, ni suspender tampoco esas actividades, que recomencé inmediatamente llegando a hacer pintadas hasta en el mismo Obelisco y la Plaza de Mayo. Imagino que las autoridades pensaban que estaban en presencia de una forma de "Comando" por la cantidad y rapidez con que se reponían estos escritos, pero la verdad era que tan sólo algún joven teósofo me acompañaba esporádicamente. Volví a ser apresado y liberado varias veces con las mismas consecuencias. Mi voluntad estaba templada en la humedad y el frío de la cripta, y una celda carcelaria no me creaba ningún problema, al ensimismarme en Mí mismo y cerrarme completamente al entorno. No sucedió lo mismo con mis esporádicos ayudantes y preferí continuar solo una tarea que tenía sus riesgos que a ellos sí les afectaban. No a Mí pues tenía dinero para pagar las fianzas y mi cuerpo flaco y acostumbrado a casi no comer ni beber era prácticamente invulnerable a ese tipo de represión. Mi Alma seguía en paz y lo hacía por puro deber interior, por Dharma, como decía en aquel entonces. Pero empecé a conocer la soledad en todo aquello que suponía peligros y a calibrar más justamente a mis entusiastas, pero frágiles jóvenes teósofos.

 

Efectivamente, en 1.957 Sri Ram visitó fugazmente Buenos Aires. Apenas llegado, tuve una entrevista con Él, en el Hotel Alvear. Sin que me lo preguntase directamente, me sentí obligado a narrarle mi vida en los últimos años. Y le pregunté por los demás Centros o personas a cargo de su experimento de formar un núcleo para algo nuevo. Sin la menor emoción me dijo que todos se habían derrumbado por diversas razones y sólo quedábamos nosotros. Mi juventud hizo que mostrase alegría de saber que la responsabilidad caería sobre nuestros hombros. Su respuesta fue tajante y me enseñó que la verdadera felicidad jamás debería estar relacionada con la desgracia de los demás. Sentí infinita vergüenza. Me recuerdo sentado en el suelo, a sus pies, y sólo atiné a arreglar los cordones de sus zapatos.

 

En la siguiente entrevista me dió lineamientos generales para un nuevo Movimiento separado completamente de la S.T. Quise protestar pero no hallé palabras. Creo que en el fondo estaba horrorizado. Lo que siguió aumentó mi estupor: Me anunció que mi trabajo en la cripta llegaba al final, que debería sumirla en sueño, desmantelarla, cerrarla. Con el egoísmo propio de quien ha puesto mucha energía en un proyecto y en un trabajo, ya no me acuerdo con qué palabras traté de "protestar" y pedir alguna explicación... Después de todo, Yo había soñado llegar a ser Médico Mago, viajar al Tíbet... y si bien estos planes se me habían ido diluyendo subconcientemente, jamás había concebido un giro tan "brutal" en mi vida. Aunque luego de tantos años parezca tonto, recién entonces me di cuenta de que había pertenecido a la Escuela Esotérica. Pero la E.E. se había cerrado oficialmente en 1.950 y a esta altura de los acontecimientos Yo ya no entendía más nada de nada. Se precipitaban sobre Mí revelaciones de un tamaño tan grande y a tal velocidad que no alcanzaba a asimilarlas. Así supe que había sido el último discípulo de la E.E.

 

Sri Ram parecía apurado y cortaba mis incipientes preguntas sobre el pasado, ahogándolas entre las manos de un futuro que se abría violentamente. Nuevos símbolos, nuevas Concepciones caían sobre Mí "despiadadamente". Se me dió un mes para sacar una revista de 8.000 ejemplares bimestrales. Creo que, como concesión a mi desgarrada vida, me concedió que se llamase "Estudios Teosóficos". Recuerdo que le pregunté quién leería una revista de este tipo y con tan gran tiraje, si la comparábamos con lo que conocimos. Recuerdo textualmente sus palabras: "Cuando un clarín suena, siempre alguien lo escucha y acude al lugar del combate; no piense tanto y haga sonar ese clarín... y vendrán -su mano dibujó un círculo alrededor nuestro- y vendrán por años, por miles".

 

El partió y Yo me quedé llorando, de bruces sobre el volante de mi coche. Mientras estaba en la Cripta había sido despojado de toda mi pequeña fortuna personal por mi socio, que se había comprado un barco y estaba traficando en Corea. ¿De dónde sacar el dinero inicial? ¿Cómo volver al mundo habiendo salido tan joven de él?

 

MI JUVENTUD XV

 

Así, aferrado al volante del que iba a ser mi último automóvil particular, con obligación de romper todos mis votos de normas de vida hechos para la cripta, y la cripta misma en una semana, y un mes para que estuviese en los kioscos de venta de revistas una publicación del tipo del que Yo solamente conocía las viejas "Philadelphia" y "Sophia", que llevaban más de un cuarto de siglo de desaparecidas y archivadas en la Biblioteca Teosófica, seguí varias horas.

 

Mis años de cripta no me habían quitado algunos lazos creados desde la infancia y aunque había aprendido a renunciar a la vida normal de un joven y cambiarla por la de un casi anacoreta, el automóvil era algo de tenencia tan natural para Mí, que no había pensado en él. Entonces vino la revelación y recuerdo haber gritado de entusiasmo... ¡Ya sabía como sacar la revista!... Corría el mes de Agosto y mi automóvil me había dado el suficiente dinero como para asegurarme tres Números de la Revista, que contraté en una vieja imprenta en el barrio de Caballito, propiedad de un anciano turco llamado Muzín. En el contrato constaba que Yo mismo trabajaría manipulando las pesadas resmas de papel y ayudando en la corrección de las "galeras" a medida que salían de las linotipias. Vendiendo anillos de mis abuelos, logré también hacer una campaña de varios miles de carteles de gran formato anunciando la aparición de "Estudios Teosóficos", para el tren subterráneo metropolitano y para las calles, cosa que apoyé con pintadas y afiches pequeños hechos en una improvisada serigrafía montada en la azotea de mi casa.

 

En una subasta del centro conseguí un sillón chino de madera de teca recubierta de lacre rojo que tendría unos 200 años, en muy buen estado de conservación de tipo "Fó" o Budista. Puesto detrás del escritorio de mi padre, y con el par de silloncitos entonces aún forrados en cuero de búfalo y algunas decoraciones, logré un despacho aceptable en Amenábar 863.

 

Habían cambiado de un manotazo el sentido (aparente) y la forma de mi vida, pero estaba tan ocupado, trabajaba tanto, que ya ni advertía si volvía a comer carne, beber alcohol, etc. Lo que sí me costó mucho fue volver a fumar...; recuerdo el primer atado, uno de "Craven A", que me supo a rayos y me dio tos.

 

Tras la forja de la cripta, ahora desmontada en el sentido esotérico y exotérico, mi capacidad de trabajo era muy grande; me bastaba con dormir 3 horas diarias, comer cuando podía y beber cuando me acordaba. A veces sentía resentirse mi cuerpo... pero Yo estaba acostumbrado a éso... había sido el "pan" cotidiano durante 4 largos y maravillosos años, pero -lo sabia- ya no viviría jamás nada semejante. Por "romanticismo", más que por sentido histórico, que era aún muy incipiente en Mí, dejé un par de pinturas en la Cripta y si bien la vacié de arena y de los tubos con substancias alquímicas que la activaba, dejé uno, en uno de los muros, con el nombre de los viejos compañeros teósofos que me impulsaron en los primeros tiempos. Luego desmonté los contrapesos y la cripta se cerró pesadamente por muchos años.

 

Habiendo nacido la idea en Julio, la revista salió en Agosto y fue en Septiembre cuando logré tener una Sede que constaba de un Despacho un Hall, una Sala de Clases. Claro que en la práctica, a partir de los primeros que vinieron se usó también la cocina, el comedor, los baños y el teléfono.

 

Como mi madre se opuso al principio a que se quitasen las grandes fotos familiares, y Yo necesitaba poner símbolos y cuadros de los 4 Regentes del Probacionismo, según se me había aconsejado, ideé un acuerdo: durante el día Yo, sin sacar las fotos, las tapaba con mis cuadros que eran como cajas que las recubrían, y por la noche los retiraba. Así cumplí el deseo de mi madre de no retirar sus viejos retratos, y mis necesidades de colocar elementos más acordes a una Escuela de Filosofía y menos familiares.

 

A lo largo de mi vida he descubierto que estoy bastante preparado para sobrevivir en situaciones adversas. Creo que esa capacidad la debo en buena medida a la formación férrea y a la vez imaginativa que se me dio en la Cripta.

 

Tal cual como dijese Sri Ram, con la aparición de la revista empezaron a venir los interesados; y luego supe que muchos que 10 años más tarde fueron Acropolitanos, leían "Estudios Teosóficos", aunque distintas circunstancias de la vida no les permitieron acercarse en aquella oportunidad.

 

El primer grupo, Amón I, se formó y funcionó los domingos por la mañana, terminando sus clases al mediodía. Tenía 12 personas; por lo menos 6 de ellas, con el tiempo, llegaron a ser Hachados y uno Guardián de los Sellos, el segundo en nuestra Escala Jerárquica de Mandos.

 

Dejé de concurrir prácticamente a la S.T. aunque en mi casa también se reunía un grupo -en aquel entonces le llamaba "selecto"- de la Rama Argentina. Era gente de edad, pero de buena voluntad y casi todos profesionales, médicos, abogados, escritores. De alguna manera Yo me esforzaba por seguir ayudando a la S.T., tratando de que aquella "elite" se organizase y adquiriese formas de estructuración que les permitiesen potenciarse mutuamente. Al principio el experimento fué relativamente bien, pero tanto ellos como mi anterior grupo de jóvenes teósofos, se fueron diluyendo, agobiados por la nueva forma de encarar una responsabilidad que desbordaba sus personas y se hacía social, con trascendencia histórica. Las actitudes "teosóficas" de contemplación, pacifismo, avaricia, inercia, temor a infringir leyes kármicas con la propaganda, daban paso ahora a una nueva visión del Mundo, más amplia y generosa, más fuerte y decididamente más agresiva. Al año tenía unos 7 u 8 Miembros y unos 25 Probacionistas. Todos muy jóvenes, pues el más viejo era Yo, que contaba en aquel entonces 27 años de vida. Se había abierto una Filial en San Juan y otra en Mendoza, ciudades argentinas del flanco este de la Cordillera de los Andes, pero allá tan sólo estaban los Jefes y algunos interesados que concurrían esporádicamente a nuestras pequeñas Sedes Provinciales, una de ellas no era más que una habitación en una casa de familia.

 

MI JUVENTUD XVI

 

Pasó algo más de un año y nuestra primera Estructura en Argentina se había afirmado, contando con una docena de buenos Miembros que alimentaban un primer Consejo de 4 personas.

 

Dimos prioridad máxima a la propaganda y a la Revista, sin esperar legalizaciones ni permisos que en una casa familiar como la de la calle Amenábar, no habría podido obtener. Además, el ambiente político del País estaba conmocionado por revoluciones y alzamientos. Luego de la muerte de la popular "Evita", caía a pedazos, con un final violentísimo, la singular figura política que fué Juan Domingo Perón. En los combates y bombardeos en las grandes ciudades murieron cerca de 10.000 personas, la mayor parte civiles, barridos por la metralla o carbonizados en los autobuses y trolebuses cuyos esqueletos jalonaron varios días la Capital Federal de la República. La primera alternativa militar surgió entonces.

 

Ya entregado en plenitud total a Nueva Acrópolis, en posesión de símbolos y proyectos, como ser el de las 3 FF.VV., una nueva disciplina fué vivida por Mí, muy parecida en algunos aspectos a la que había regido mis años de Cripta. El promedio de sueño diario era de unas 3 horas y comía lo que podía y cuando podía. Con un resto de dinero compré máquinas gráficas de la época de mis abuelos, y con un coche que me donó el segundo Miembro que recibí, comencé a trabajar en lo que en Buenos Aires se llamaba "remise", consistente en alquilar el coche, haciendo Yo mismo de chofer, a través de una agencia a la que se pagaba una comisión y donde se esperaba turno. Yo cogí las 24 horas, pues la Escuela necesitaba dinero. Dormía recostado en el asiento delantero y comía pedazos de pizza o un bocadillo en algún momento libre. En aquel entonces tenía dos amigos que me acompañaban noche y día en mi esfuerzo: una pistola "Luger Parabelum" y las Obras Completas de Platón. Con ambos sobreviví en un medio de gente depravada que alquilaba el coche y de gentes toscas y soeces que conducían los otros coches; Yo era el único dueño de su vehículo, pues los demás eran personas mayores, envilecidas por la falta de educación, la violencia callejera y la explotación de las prostitutas. Y perdonad que mencione ésto, pero es mi deseo que os hagáis una idea lo más aproximada posible de lo que costó hacer Acrópolis y de dónde me viene el derecho moral de exigiros sacrificios en bien del Ideal. Mi vida aventurera comenzaba en constante lucha con el entorno.

 

Ese trabajo lo hice, con esporádicas ayudas del mismo donante del automóvil, durante un año. Los domingos, día libre, los dedicaba a dar las clases y a preparar el material gráfico. La revista salía cuando podía, aunque en teoría era cada dos meses. Liberado de ese brutal trabajo, me dediqué enteramente a preparar Programas y a pegar afiches en Buenos Aires, así como a viajar a Filiales en buses indescriptibles, y muy especialmente, a regularizar la Revista, en donde era Yo, casi, la única persona que escribía con mi nombre o con seudónimos.

 

Entonces se anunció la que iba a ser la última visita de Sri Ram a Sud-América Era un viaje rápido y casi secreto. Tanto los Dtes. como los pocos Miembros y aún los Probacionistas, fueron invitados a conocerlo. El visitó Amenábar y de allí viene la fotografía en la que me veis con Él junto a la máquina gráfica "Plana Marinoni" de 4 toneladas de peso en vacío. Constató el cierre de la Cripta y supervisó los cuadernos individuales de los estudiantes. Aprovechando un té en el salón comedor de Amenábar, le pedimos nos mostrase el anillo que, según la tradición, se materializó en la mano de H.P.B. cuando fundó la S.T. Lo hizo bondadosamente, y sin dejar de sonreír como ante un juego de niños, mostró a todos cómo cambiaba de color su extraña piedra, que según insinuó, era de origen meteórico, no existiendo esa variedad en nuestro Planeta. Ante las muchas preguntas al pasarnos el anillo de mano en mano, se limitaba a sonreír y se mantenía callado.

 

Luego de un viaje "relámpago" a Montevideo, regresó a Buenos Aires y nos dio los últimos elementos y las últimas indicaciones. Se mostraba feliz de ver que nuestra Escuela funcionaba ya en Uruguay y pronto en Chile, a la vez que en 3 ó 4 ciudades del interior de Argentina.

 

Se aseguró de que Yo había cortado mis vínculos materiales con la S.T. y me dijo muchas cosas que no creo prudentes repetir, pero que ya, algunas y muy importantes, se han cumplido inexorablemente. Yo quedé muy triste de su visita y de su partida, aunque exteriormente estaba como insensibilizado, desbordado por las responsabilidades otorgadas, problemas y cansancio físico. De alguna manera sabía que era la última vez que lo veía físicamente, y la enormidad del trabajo encomendado y cierto "sentimiento" que luego llamaría "Soledad del Mando" se habían apoderado de Mí. Os soñaba a todos vosotros... pero aún no os veía. Mi destino se había sellado definitivamente... un Destino muy diferente al que había concebido en mi primera juventud. Mis lecturas de los Clásicos, sobre todo de los Estoicos, me ayudaron mucho. Mi Destino maravilloso y a la vez terrible estaba ahora ante mis ojos. Debía dar el impulso inicial al nacimiento de la 6ª Subraza de la 5ª Raza... No me dio miedo en el sentido vulgar de la palabra, pero la Soledad Interior y la magnitud de la batalla que me esperaba comenzó a minar mi cuerpo en base a insomnios, visiones y augurios extraños. Me lancé al trabajo con feroz tenacidad. Mi juventud quedaba atrás y nacía lo que hoy conocéis por "JAL". ¿Para qué contaros más? No he dicho todo lo que ocurrió en esos primeros años... pero lo que os conté es cierto, simple y sencillamente cierto. Dejo a los Dioses la responsabilidad de apiadarse de mi Alma si cometí errores. Y si no se apiadan, me da lo mismo. NUEVA ACRÓPOLIS está en marcha...; en su XXVI Año Triunfal, sus Aguilas Solares se levantan sobre más de 80 Sedes en 34 Países. Tengo excelentes Discípulos y miles de jóvenes trabajan por el Ideal y gritan mi Nombre. ¿Puedo pedir más? Creo que no; mi Trabajo está casi terminado y lo que me quede de vida física pertenece enteramente al Ideal. Perdona si no te lo conté todo... soy un Hijo del Secreto y a ese Secreto me remito... al Gran Misterio del por qué y el cómo Nosotros, los Acropolitanos, vamos a cambiar la Historia para forjar un Mundo Nuevo y Mejor.

 

 

FIN

 

 

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